lunes, 21 de julio de 2008


LAS TENTACIONES

Miles son las causas injustificadas unas, justificadas otras para que las dos zonas del campo donde transcurrió parte de mi infancia y luego parte mi adolescencia, la primera al centro norte del Camaguey y la otra al extremo sur de esa antigua provincia que hoy es un pedazo de otro creada bajo el nombre de Las Tunas, en las inmediaciones de Francisco Guayabal, sean la antitesis del desarrollo que el proceso liberador inaugurado el año 59 produjo en otras regiones del país y en la mayoría de los sectores sociales, científicos, educacionales, médicos.
A mis parientes, campesinos auténticos en la zona del Río Lázaro o en Pedernales, siempre le escuché las preocupaciones por las muchas motivaciones publicitarias para la superación en las màs disímiles profesiones y las pocas para que las nuevas generaciones miraran a la tierra como la madre y sostén de todas las otras riquezas posibles. También la crítica a pretender hacer funcionar las tareas productivas agropecuarias como si fuera una fabrica, una industria, sin tener en cuenta las características del clima en los horarios y establecer horarios que no tenían en cuenta las particularidades de la cría del ganado, desde la vigilancia necesaria a la atención a imprevistos como los partos de las hembras.
Hablo con propiedad, como decían en mi familia, porque pude ver las diferencias, por ejemplo, entre las vacas que criaba Manolo Porto en Pedernales en la zona conocida ahora por Amancio Rodríguez y las de la finca estatal contigua. Claro a aquellas no le faltaba el agua, ni la comida, ni las palabras cariñosas, los nombres a los que respondían. Eran menos y respondían a una técnica tradicional en desuso ante el empuje de nuevas tecnología llegadas de todas partes del mundo.
Por supuesto, hubo época de verdadero esplendor ganadero en las fincas estatales cuando existían todas las condiciones, hasta establos con aìre acondicionado y música indirecta, pero en la medida que los recursos fueron desapareciendo las vacas se fueron deprimiendo, desapareciendo, azotadas además, por largos períodos de sequía, pero las de Manolo siguieron engordando y dando leche gracias al molino de viento que garantizaba el agua, a los esfuerzos, a los cuidados, al amor que le enseñaron sus mayores, cultura que se fracturó a causa de un diseño de desarrollo que apostada a lo moderno y a la abundancia de recursos, de parque tecnológico, de petróleo que generosamente llegaba de la Unión Soviética, sobre todo.
Me parece faltar al sentido histórico, epocal, decir que esas decisiones fueron erróneas porque en el mundo entero la modernidad ha sido entendida siempre como abandonar lo viejo y asumir lo nuevo, como si lo antiguo que se abandona no fuera parte también de un momento del desarrollo técnico, por eso si por una lado me parecen valiosos los análisis de lo que no funcionó, mejor me parecen las propuestas sobre su base de que es lo que puede funcionar. Y ahí es donde me resulta indispensable la asunción del concepto de desarrollo sostenible del que no existe suficiente información y no parece regentar las estrategias de transformaciones diseñadas para hacer verdaderamente productivas las tierras hoy baldías o llenas de marabú en la campiña cubana, aunque se hable de la utilización alternativa según las necesidades de bueyes o tractores.

1 comentario:

Eduardo Frias Etayo dijo...

Hola Soledad
Gracias por sus comentarios, aún la recuerdo de la televisión cubana y algún encuentro casual en la UNEAC, yo era, o soy aún me considero, miembro de la sección de literatura infantil de la UNEAC. El que ahora viva en NY no quiere decir que sea de los de los extremos, como bien usted me dice sólo trato de reirme de vez en cuando con el recuerdo. Estaré encantado de visitar su blog, aún cuando no compartamos criterios, compartimos el mismo afán literario y la misma tierra que que nos hace escribirle.
Saludos
Eduardo