miércoles, 2 de julio de 2008

CARTAS CREDENCIALES


La mujer que presenta sus cartas credenciales ante ustedes viene desnuda. En este momento de confesión que supone impúdica, no representa a ninguna tendencia política, creencia religiosa, partido o gobierno. Ni siquiera a alguna ONG. Es una decisión completamente personal porque no quiere causar alarma, ni que alguien vaya a sentirme comprometido por el apoyo, pero le gustaría ser considerada la representante del sueño de tocar lo imposible. La feliz representante, entiéndase.

Esta mujer que voy a develar ante ustedes se ama a sí misma, no sólo por el afán de cumplir el principio cristiano aquel “…amad al prójimo…” y a pesar de que sus camaradas más ortodoxos la censurarán por lo que de seguro han de considerar el pecado del individualismo. Esta mujer siempre ha vivido a riesgo de ser mal interpretada, calumniada, condenada por actuar según los arrebatos de su corazón, que su cerebro secunda o viceversa, en medio de una pelea feroz entre sus ángeles y sus diablos, pero dichosa de poder vencer dentro de sí y fuera de sí misma los obstáculos enormes que supone ser mujer y pretender ser persona, miembro pleno de la especie humana en cualquiera de los regímenes económico-sociales que conoce el planeta.

No. No se asusten. No va a esgrimir un manifiesto feminista, asunto también trascendido desde que aprendió el duro oficio de ser mujer y sus maravillas, entre las que cuenta poder disfrutar de la compañía masculina, de ese acople perfecto de los cuerpos distintos, anticipada práctica sideral de la penetración de un cohete interplanetario en una estrella negra. Ella aprendió olvidando los consejos y quejas de sus antecesoras, a convertir las presuntas sombras del ser femenino en goces inefables. Amó sus olores peculiares de mujer. Las molestias mensuales fueron naturales características, admitidas como una diferencia que, interrumpidas, podrían crear el milagro de su vientre crecido hasta estallar la luz en el hueco oscuro y profundo de la siembra. Parir fue el orgasmo más prolongado que recuerda y el orgasmo es para ella el tramo más exacto de una cuerda entre la vida y la muerte. Llegó un día en que no reclamó más la felicidad como un don que sólo se podía conseguir en compañía de un hombre. No. No fue que intentara prescindir de ellos desde entonces –jamás pretendería renunciar a ese placer desafiante —sino que simplemente entendió que únicamente los escogidos renuncian a los privilegios que les vienen de cuna para ponerse al lado de los desposeídos. Y algo más definitivo todavía: la felicidad no es una estación a donde se llega, sino un modo de viajar. De cada cual depende cuán ligero será el equipaje y la ruta del recorrido.

No fueron conclusiones de hoy para mañana, sino una metamorfosis de lágrimas, desgarraduras, de caer y levantarse, de sacarle ventajas a la angustia y al cansancio sin renunciar a otro convite que hacía la vida alrededor y empujaba a no quedarse rezagada. Había un proyecto mayor que todos los pequeños fracasos personales.

Si ella se canta a sí misma, como el poeta Whitman, no es para estimular su autoestima, la cual está muy bien desarrollada, sino para celebrar el suceso que le ha propiciado ser lo que es y no otra cosa y parecerse a la isla donde nació en lo polémica, contradictoria, colórica y cambiante. Porque ella apareció en la isla el día exacto, cuatrocientos sesenta años después que Don Cristóbal Colón, el Gran Almirante de la Mar Oceana, avistara las costas de Cuba y fascinado exclamara: “es la tierra más hermosa que ojos humanos vieren”. La coincidencia siempre ha sido un símbolo para esta mujer, un cordón umbilical que nada podrá romper, ni aunque el mismísimo Atlántico esté por medio.

Ella lleva a su isla entrañable en el corazón, orgullosa de sus mil verdores, de todas las gamas, como si el origen del verde hubiera sido allá, y también el del azul. Nada es verdaderamente azul en este planeta, sólo ese mar que empuja y acaricia la isla, sin moverla, y la torna columpio, mecedera perenne que desborda las ansias y obliga a mirar al cielo para ensancharse. Ella vive orgullosa de las gentes que se dan en esa isla, donde la grandeza fructifica mejor que la caña de azúcar y el tabaco, y nos e cansa de alabarlas porque sin esos antecedentes fundacionales, los nativos aniquilados en la conquista por el bárbaro, prefiriendo ser quemados vivos que aceptar el yugo; los negros africanos amasando azúcar con lágrimas y sangre y cantando y cantando como antídoto para el dolor, cantando y cantando hasta la rebelión y la república libre del palenque; sin aquellos descendientes de españoles que se sintieron hijos de la isla y abandonaron los salones para pelear en la manigua, sin aquel amasijo, no hubiera nacido la nación ajiaco entre veleros y piratas. Una nación de poetas tiernos que el ansia de libertad transformaba en fieros guerreros aferrados al sueño imposible para una isla de escoger el camino deseado y no el impuesto desde afuera.

Esa es su estirpe. Lo supo pronto esta mujer y la reverenció como escudo de familia. Ese es su abolengo. Un abolengo de verdores y azules, de nativos cobrizos que se rebelan y negros y blancos rebeldes. Un abolengo de arcoiris como gen adicional que define la pertenencia a una forma de ser Cubano. Lo agradeció como coronación suprema en la búsqueda del sentido de la vida las mil veces que ha quedado sin rumbo, suspendida en la duda o en la desesperación absoluta en que la sume que no baste decretar la bondad y la belleza para que imperen, ni siquiera en la Isla…

De ahí provienen sus mayores desgarraduras, las cicatrices que oculta detrás de su fiereza y la vehemencia insoportable para aquellos que la clasifican conflictiva y le reprochan ser oportunista, según la filiación de quien acuñe el término, porque esta mujer ha provocado por igual el disgusto de sus compañeros de partido, que de sus opositores, al ser una disidente de la mierda, venga de donde venga. La ha salvado de la hoguera inquisorial ser poseedora para siempre del secreto de la diferencia, condición privilegiada que explica porqué la mayoría de los habitantes de la isla no cejan en el empeño de conseguir lo imposible, cuando vaticinios, análisis estadísticos y los más sesudos foros internacionales dan la causa por perdida, desde que cierto muro fue tumbado en Berlín por ilusos que no vieron los nuevos que se levantaban detrás de esa caída.

A pesar de Stalin, por el que nunca sintió simpatías, de la colectivización forzosa, del suicidio de Maiakovski, sucesos todos que lamenta, esta mujer no se avergüenza de proclamarse comunista, sin compromiso con el ateísmo científico porque es estotérica, le encantan los rituales yoruba, los horóscopos, conversa con fantasmas, invoca a José Martí y Ché Guevara, y les enciende velas para que desde allí, en cualquier sitio del universo que habiten sus espíritus, protejan a la isla y ayuden a Fidel. Ella padeció el sarampión del ateísmo, justo hasta que leyó a Carlos Marx, pero muy especialmente hasta que conoció a Lenin en “Materialismo y Empiriocriticismo”. La materia es un verdadero prodigio ¿porqué no ha de trascender esa primera muerte conocida? Está absolutamente persuadida que hay algo más allá por conocer, lo cual es noseológicamente factible y consuelo mayor.

En realidad, su bronca con Dios no fue imposición de los comunistas, como ahora acusan los renegados de última hora. Ella nació en esta isla donde todo se mezcla y en vez de confundirse se torna luminoso. Iba al culto de los católicos unas veces; al de los protestantes otras, y no faltaba a los bembés del barrio para limpiarse de los mal de ojo. Todo lo que no hace daño es bueno, era el principio de la madre, que tanto rogó a Santa Bárbara, a la Virgen de la Caridad del Cobre y al mismísimo Dios, que los rebeldes de Fidel bajaran triunfantes de la Sierra. Fue una gracia concedida después de más de cuatrocientos años de espera insurrecta. La posibilidad cierta de tocar lo imposible. Una fiesta en la que estaba prohibido prohibir. Abajo los carteles de “No perros”, “No negros”, “Si no es Socio no pase”. Y los pobres y los negros y los perros entrando a los clubes exclusivos, bañándose en el mar que volvía a ser abierto. Una fiesta de estrenos. Escuelas, juguetes, palabras. Alfabetización. Intervención. Expropiación. Una fiesta para la que algunos se ponían máscaras y otros se las quitaban, mientras el pueblo ofrecía su cara sin afeites y sus manos lavadas en la esperanza.

A los yanquis no les gustó esa rumba y declararon la guerra sucia. Bloqueo económico. Agresiones armadas. Desembarcos, Atentados contra una Revolución verde como las palmas y rojinegra como los colores de la vida y la muerte. Los mismos colores del Orisha Elegguá, el que abre y cierra los caminos, según la tradición yoruba.

¿Y Dios, qué hacía entretanto? Permitía que en las iglesias escondieran a terroristas, que los americanos mataran, destruyeran por el único pecado, cristiano por demás, de que en la isla se pretendiera compartir entre todos los panes y los peces, que tocara a todos por igual el derecho a la vida y a la felicidad. Dios estaba del otro lado, del de la magna democracia que no sólo nos daba la espalda, sino que asesinaba, bombardeaba, quemaba. Los rojos maldecidos, los terribles comunistas del Kremlin mandaron petróleo a cambio del azúcar despreciada por la Casa Blanca. La Coca-cola desapareció. Llegaron las latas de carne rusa para compensar el desamparo del estómago. No hacía falta lavado de cerebro. La elección la impusieron los americanos, aunque la aseveración nunca sea aceptada ni por un lado, ni por el otro.

Al menos así fue para ella y su familia, que no hacían la alta política. Y para los vecinos. Y para casi todo aquel pueblo donde nació, Florida, provincia de Camagüey, en lo profundo de la isla, a más de quinientos kilómetros de la capital. Allí nadie sabía dónde quedaba la Unión Soviética. Pero conocían bien a los americanos, que fundaron la localidad bajo el nombre de su península más cálida, levantando centrales para fabricar azúcar. Ese era un aspecto importante del secreto de la diferencia. Porque una cosa es la pobreza decretada por egoísmos, por el tener más robando y explotando, bajo el alegato consabido de que los que no llegan a tener son ignorantes, vagos, borrachos, o les tocó por mandato divino, y otra muy diferente es la pelea limpia contra la pobreza, la voluntad de favorecer a los huérfanos eternos de la fortuna. Levantar casas, hospitales, escuelas, conseguir que el racismo sea una vergüenza, no preguntar quién es tu padre, cuánto dinero tienes, qué has hecho tú para estudiar esta carrera que vale tanto, o para hacerte una operación quirúrgica costosísima, o tener reservación en Varadero.

Y esas no son apologías al mal gusto de la prensa nacional. Fueron sucesos vividos. Realidades palpables para una nación entera en medio del acoso, del asedio, del cerco constante del vecino imperio. Pero esta mujer impúdica, como ya fue mencionado en el comienzo de estas cartas credenciales, no se avergüenza tampoco de haber sido apologética, ni puede asegurar haber dejado de serlo. ¡Cómo no hacer apología a una isla menor doscientas veces que su enemigo voluntario! Sólo esa gente que nació en la isla con un gen de menos puede decir ahora, en la estampida reciente de los días más duros, que no se consiguió el paraíso prometido. Sólo los que cobran a buen precio la moda última de salvarse cuando hay amenaza de zozobrar, los canijos que quieren hacer fama a costa de la adversidad de los invictos soñadores de lo imposible, pueden llamar derrota a la única victoria cierta de todo un hemisferio. O los que no aprendieron el secreto de la diferencia, porque fueron los grandes mimados del paraíso que otros forjaron para ellos.

El paraíso terrenal, quiere aclarar esta mujer que siempre ha disentido de la mierda venga de donde venga. El paraíso posible hecho por hombres y mujeres de carne y hueso. Los alfabetizados convertidos en maestros, los hijos del solar haciéndose médicos. Los campesinos dirigiendo una fábrica de níquel. Los que nunca habían leído a Proust ni a Joyce y desconocían que hubo un señor llamado Bach, al frente de una Casa de Cultura. Ciertamente no importaron a extraterrestres en la isla para explicar ni aplicar el socialismo. Y no era fácil entrarle a El Capital o al Estado y la Revolución sin referencias previas. Y otra vez se formó un ajiaco para confirmarme que es una condición kármica de la ínsula.

Esta mujer que puede parecer tan enérgica casi se muere de tristeza cuando el primer novio, dirigente de la Juventud Comunista, le traicionó el amor con otra militante. Ella también puede hilvanar un largo inventario de heridas, censuras, vetos. Una novela enjundiosa en acusaciones, de esas que priorizan los editores y la prensa amplifica para que todos se percaten del infierno que viven los cubanos. Vano interés frente a lo que ocurre en Bosnia-Herzegonvina, Chechenia o en el Moscú que la mafia controla, por mencionar sólo los escenarios beneficiados por la caída del Muro de Berlín. Pero aunque algunos maledicientes temen por la que va a escribir ahora que vive en el extranjero, esta mujer siempre dirá lo que piensa, siente y sabe gracias a conocer el secreto de las diferencias. Y a su libre elección: la gratitud porque se cumplió la profecía dicha por su madre en el umbral de la muerte: Podrás ser persona aunque yo falte, como si hubiera una madre mayor protectora a la que confiarse. Un consuelo para lo inconsolable. Eso fue la Revolución para la madre de esta mujer y para ella misma. Un consuelo para lo inconsolable. Hasta para las penas que nacían de la propia dinámica revolucionaria.

Por eso quiere hacerlo constar. Para que nadie pueda justificar su amor y su fidelidad con presuntos bienes y ventajas. Invita a revisar sus propiedades después de 10 años habitando un albergue estatal y cinco un garaje aunque hace un cuarto de siglo que trabaja y posee no sólo todas las medallas que se ostentan en el pecho y que premian la dedicación y el resultado, sino las que se llevan calladas en lo recóndito de una misma.

Es cierto, sin embargo, que disfruta privilegios no visibles ni en su despensa, ni en su ropero, ni en la marca de su carro, ni en el confort de su casa. Bienes magros y pagados con su salario. Puede contar muchas anécdotas de sus conversaciones con Fidel Castro. Y un día lo hará, aunque unos y otros la mal interpreten, por deber de justicia. Es insoportable que exijan a un hombre la condición de un dios y lo ataquen como al diablo, por la única culpa de pretender impedir que la historia sea un basurero.

Ella no oculta su veneración filial a ese hombre que ama sin fanatismo, al que puede hacer reproches o reclamos de hija, con el mismo impertinente cariño que su propia descendiente femenina le exige ponerse a su ritmo y la juzga con el maravilloso atrevimiento de la adolescencia. Primero somos crueles en los juicios que hacemos de los padres, y cuando envejecen los queremos proteger como a hijos. Ella ama y respeta a ese hombre que ha visto encanecer en treinta y seis años, sin sentirse obligada a coincidir con todo lo que dice y hace, pero reconociendo siempre que a lo verdaderamente extraordinario no se le puede medir por lo que pueda tener de común, como no se puede explicar la función del sol en nuestra galaxia a partir de sus manchas. Ella ama y respeta a ese hombre que es Fidel Castro, pero tales sentimientos no silencian lo que piensa y siente, aunque no sea del gusto de sus jefes y despierte sospecha en los maledicientes, genuflexos y bufones. A ella siempre le estuvo todo permitido, alegarán los detractores, porque se acostaba con los del Comité Central. No sólo con los del Comité Central, aclararía, porque curiosamente, la lista que inventan los amigos y enemigos, que no perdonan a una mujer ser miembro pleno de la especie humana, sólo contempla jerarquía del poder. Los pobres diablos o magos que no aparecen en la televisión, esos no cuentan. Pero es cierto que se acostó al menos con uno del Comité Central, un amor que parecía por unanimidad y luego resultó que una de las partes se abstenía. Un amor convertido en hija sin padre, del cual no se arrepiente porque un amor es siempre un asunto respetable, aunque no figure en los directivos del Partido.

Son sus heridas de la inversión a riesgo que es vivir. Sólo que no se permitió elevarlas al rango de problemas del sistema, como literaturizan algunos y algunas, simuladores y simuladoras que luego declaran a un país gran simulacro porque se cansaron de su propia simulación y pueden hacer plata confesándolo. Esta mujer que es tan apasionada, que llora con la misma fluidez de rabia o ante una escena cursi de película, que amenaza con vengarse de cada afrenta, y lo mejor de todo es que cumple para luego ser generosa nuevamente, aunque no olvida ni el más mínimo agravio, es fiel, pero nunca ha permitido que en su presencia se confunda fidelidad con servidumbre, lo cual, por supuesto, no la ha hecho simpática a los ojos de una fauna existente. Los convencidos de que la disciplina partidista es decir siempre sí y lo demás ganas de llamar la atención, egocentrismo que lleva al individualismo. Individualismo igual a capitalismo.

Egocéntrica ella siempre ha sido, primero para poner en práctica el principio cristiano de amar al prójimo como a sí mismo, y luego porque sin un poco de amor por Yo habría perecido en la confusión entre individual e individualismo, que se manifestó por algún tiempo en la isla. Ella siempre ha defendido lo individual como premisa del Manifiesto Comunista que expresamente proclamaba que la plenitud colectiva sería la base de la plenitud individual.

Hubo no pocas confusiones en la Isla con la asimilación de la teoría e imperativos de la práctica, que no dejaban mucho margen al regodeo filosófico. Pero no existía una estrategia macabra para convertir en rebaño a un pueblo por naturaleza irreverente ante todo lo falso, lo fingido, lo que no es natural y silvestre como la floresta que le permite respirar limpiamente. Sólo quien desconoce la idiosincrasia de ese pueblo puede hablar de que soporta una tiranía y quien lo dice lo subestima y ofende. Habría que reconocerle ante todo su proverbial rebeldía, antídoto ante el mimetismo, la copia de los defectos del socialismo real. Pero, ¿qué se podía hacer ante una fórmula inédita en la historia de la humanidad, con sólo cuarenta y ocho años de existencia, para ajustarla a las peculiaridades del trópico? Era lógico que desde la ínsula se mirara hacia Moscú, que había llegado al cosmos antes que los americanos. ¿Es tan difícil comprender tales circunstancias o entender la filosofía del empujón? El síndrome de la prisa se generalizó en la isla. Miles fueron las tentativas. La caña, la caña, otra vez la tiranía de la caña, para lograr hacer diez millones de toneladas de azúcar. Voluntarismo, cierto. Magnífico voluntarismo que pretendía sacar de prisa al país de la pobreza, sin acudir a los métodos de sálvese quien pueda, sino para sacar de la pobreza a cada uno de los millones de habitantes. Eterno empeño de lo imposible. Es muy fácil para los que ostentan la cómoda posición de observadores anatemizar un sueño y rotularlo en un dossier de errores. ¿Por qué el pueblo ha tolerado tal desastre? tendrían que preguntarse los analistas. La respuesta es sencilla: porque recibió más ventajas que todas las generaciones anteriores. Porque posee la sabiduría profunda del secreto de las diferencias.

Esta mujer que agradece a esas gentes el legado de la estirpe sabia y rebelde, no pretende justificar cada equivocación ni pedir clemencia para quienes considera artesanos invictos del empeño de tocar lo imposible. A lo sumo aspira, en la mejor tradición de la Isla, a un esfuerzo de comprensión por parte de los que se consideran afectados por ese revolico mayor que ya dura treinta y seis años. El esfuerzo que ha hecho ella misma para poder sobreponerse a aquella reunión del Comité de Base de la UJC donde fue fuertemente criticada por una marca en el cuello que no era fruto de la pasión de un vampiro, como pensaron los hipócritas enarboladores de una moral que no practicaban, sino de un golpe con la dura litera donde dormía, y a las continuas censuras por no usar ajustadores y por no poder disimular que hacía el amor por elección libre, sin papeles de autorización, como siempre habían hecho los hombres, de derecha, de izquierda, militantes o no de cualquier tendencia. Sabía que los estatutos no consignaban esos aspectos personales, que eran las interpretaciones libérrimas de una mentalidad antigua y se defendía con todos los códigos en la mano, negada a aceptar que se circunscribiera la moral femenina a los movimientos telúricos de las entrepiernas.

Ella tuvo que hacer, como tantos nativos de la isla, un esfuerzo de entendimiento para poner riendas a su vocación de silvestre y soportar aquellas interminables reuniones, aburridas, misas de algo que asemejaba una nueva iglesia donde se recibían las orientaciones de arriba como de un Dios lejanos y todos se mostraban conformes por amor, no por oportunismo como blasfeman los renegados. Era la unanimidad por lo esencial que quitaba brillo a las particularidades y tornaba lo peculiar conflictivo. Era el tono eslavo que nada tenía que ver con los toques de santo, el delirio rítmico de las tumbadoras, los movimientos centrífugos de las pelvis en el elogio frecuente al sexo como liberación, exorcismo contra todo pecado de tedio y amenazas de penurias o muerte. Algo que surgió para hacer feliz a la gente no puede parecerse a un bostezo. Era su queja dentro, porque nunca se ha sentido fuera del juego, ni derrotada por la nada cotidiana. Ese era su juego y ella parte de un equipo dispuesto a la continuidad en la diferencia que cada generación aporta bajo dictado de la dialéctica, la dialéctica una y otra vez mencionada pero sola haciendo su labor de transformadora espontánea, porque no la tomaban en cuenta. Y la dialéctica se vengó del agravio. Sectarismo, extremismo, formalismo, paternalismo, dogmatismo, igualitarismo, doble moral, burocracia. De todo un poco en el camino de la búsqueda constante de hallar la fórmula de la unidad como escudo protector imprescindible. Todo mezclado, como es el signo de la isla, sin que se perdiera su capacidad de hacer brotar el arcoiris entre los truenos y las sombras.

Esta mujer participó y sufrió en esos errores, aunque consta en todas las actas, cuando los descubrió, su voluntad manifiesta de no aceptar con calma lo absurdo como tantos otros; sin embargo es responsable de ellos, los comparte, los asume sin ruborizarse porque le parecen perfectamente comprensibles y perdonables ante las vergonzosas estadísticas de mortalidad infantil, la corta expectativa de vida o de los analfabetos que exhibe cualquiera de las repúblicas vecinas de su zona geográfica, que no tuvieron nunca ni la oportunidad de equivocarse buscando construir el paraíso. O ante cualquiera de las repúblicas lejanas de la vieja Europa civilizada, antiguas metrópolis que consiguieron el exceso de consumo que hoy sustenta el hastío de sus pobladores, saqueando a aquellas, para no hablar de la nueva Roma en Norteamérica. ¿En qué se equivocaron todos ellos para lograr establecer la porquería que es este mundo? se pregunta esta mujer mientras mira los noticiarios y aún viviendo en París, a buen recaudo de las penurias elementales, sólo ha podido escribir un amago de poema que describe la bacanal de la tristeza.

Sectarios. Extremos. Formales. Dogmáticos. Paternales. Burocráticos. Practicantes de doble moral. Burocráticos. Estáticos. Totalitarios. Intolerantes. Un inventario interminable de calificativos acusatorios para intentar invalidar la certeza de que se puede tocar lo imposible, aunque no haya garantía de salir intacto del empeño. Un inventario interminable de calificativos acusatorios por parte de los que no pueden o no quieren entender que las ascenciones ocasionan desgarraduras, razponazos, caídas. De los que no perdonan la osadía de los alpinistas, de los que se autoexcluyeron y obedientes a la servidumbre de su ganancia optan por negar la sobrevivencia de un sueño del que desertaron. Esta mujer, dispuesta siempre a encontrar explicación a los inexplicable no los descalifica por eso. Escogieron su opción. ¿Por qué no respetar la contraria para no imitar los presuntos defectos?

No obstante reconoce que hubo manchas. Días de sombras, como los de la UMAP, en que el concepto mal entendido de que el trabajo hizo al hombre, enarbolado por el machismo, defecto consustancial de idiosincracia, pretendió que el laboreo agrícola y el rigor militar harían viriles a los homosexuales. Un acto de ignorancia más que de martirio, se convirtió en martirologio para hombres condenados por delicadeza sospechosa y para homosexuales que se sintieron vejados por el hecho involuntario de una tendencia sexual que no era la mayoritaria. la aceptada por la tradición, aunque de la Sierra Maestra bajaron maricones con grado de capitán y entre los héroes de la contienda dio su vida alguno. Ahora son miembros del Comité Central y Diputados a la Asamblea Nacional.

Hubo manchas y días de sombras, pero esta mujer que los sufrió con el dolor que producen los errores propios, percibió siempre el interés en subsanarlos, los que podían decantarse en el fragor de la batalla cotidiana. Porque hay que ver las leyes no escritas que imperan en la guerra. Y siempre fue la guerra. Los que lo dudan, debieran leerse los informes que la CIA hace públicos a cada rato. No era un estado policíaco reproduciendo los métodos de Veria, tratando de imitar la eficacia de la CHEKA soviética. Era la violencia obligada, la paranoia condicionada por la paranoia política del agresor. Síndrome de la sospecha. Síndrome de misterio. Síndrome del Secreto. Y algún que otro hijo de puta que nunca falta, aprovechándose, tomándose atribuciones indebidas, abusando del poder, reproduciendo una película de Rambo o jugando al buen burgués.

Porque el espectro de la burguesía siempre anduvo jugando alguna mala pasada. El diabólico engendro tentador de que el poder y la autoridad radican en las dimensiones de la casa que se habita, la marca de la ropa, el carro que ruedas, aunque los textos bíblicos de los comunistas llamaran siempre a todo lo contrario, así en los mismos términos que la prédica de Cristo. Esta mujer que presenta sus credenciales, no es inocente. Conoce todo lo ocurrido, mucho más de lo que cuentan como grandes noticias admonitorias los que hacen negocios con esos dramas. Porque hubo dramas y tragedias que no se pueden negar. El drama de la familia dividida, desgajada del tronco por el éxodo frecuente. La tragedia de algunos héroes fusilados por delincuentes para escándalo de un mundo que permite indiferente el genocidio de la esperanza.

Mientras hace el recuento sucinto con los riesgos de superficialidad que toda síntesis implica, esta mujer reconoce que no era fácil resistir todos los embates de un lado y del otro, el asedio enemigo, los errores de los compañeros, y el tiempo pasado, y la impaciencia en unos y el cansancio en algunos, y desde Estados Unidos diciendo vengan. Y luego la URSS desmembrándose entre sus glorias verdaderas, hasta desaparecer en el pecado por el que los rusos pagan penitencia. Mariel desbordado y balseros zozobrando en las corrientes del golfo. Esta mujer como tantos, primero despreció a los que se iban, a los que renunciaban a seguir la pelea en pos del sueño. Después sintió pena, una profunda pena por la pérdida y maldijo a los culpables verdaderos del naufragio. Esta mujer que cree en el respeto a todas las libertades. La libre elección de dónde vivir, a quién servir, de escoger los amigos y los sueños, se reserva la potestad de argumentar sus juicios al respecto.

No sería sincera su tolerancia si no dejara constancia otra vez de las diferencias. ¿Cuál es el índice de huidas por etapas? interroga a las estadísticas, para comprobar que están en estrecha relación con las penurias económicas, las recrudecidas amenazas del vecino poderoso, la desaparición de la ayuda de los renegados recientes, la complicidad de las llamadas democracias occidentales, totalitarias en la afirmación de que sólo su fórmula de gobierno es la correcta, desconociendo historia, circunstancias particulares, idiosincrasia, origen y experiencias de cada nación y olvidadas de sus propias contradicciones insolubles. Es suficiente echarle una ojeada al mundo, al primero y al último, porque ya casi no hay matices, para comprender que la felicidad humana es una promesa no cumplida en el planeta.

Esa es la base del reproche íntimo que hace a los que justifican marcharse en busca del paraíso que no encontraron en la isla. Sobre todo a los que figuran en el selecto grupo de la inteligencia, aunque sabe que la sabiduría no se consigue únicamente leyendo a Joyce, disfrutando de Mozart o declarando la modernidad de Picasso.

Es algo más profundo, casi extraviado en nuestra época, todavía salvable en esa isla nuevamente enredada en la obstinada propuesta de no desmayar en el sueño de alcanzar lo imposible, algo ya conseguido si se tiene en cuenta que existe, sobrevive y batalla con todos los vientos en contra y encuentra posibilidades de salida airosa, lo cual corroboran manifestaciones del lado contrario como la Ley Helms.

Esta mujer agradece como legado del más alto abolengo esa resistencia, y se siente obligada a hacerlo constar en estas cartas credenciales de representante de esas gentes que como ella, participaron y sufrieron los errores, pero se sienten protagonistas de los aciertos. Y los aciertos fueron más si se acude a las matemáticas y también a la casi intangible medida del crecimiento espiritual, aunque ahora haya prostitutas en La Habana, la fiebre del dólar acalore más de una cabeza y el mercado vuelva a revalidar su tiranía, porque de todos modos se conoció la diferencia. Y alguna vez, cuando el mundo conozca toda la verdad, despojada de las dulzuras excesivas de la apología y la acritud multiplicada del hipercriticismo, despojada de toda manipulación bienintencionada o perversa, la humanidad rendirá mayores tributos a los cubanos que los que hoy rinde a los griegos por el arte difícil de no dejarse doblegar ni comprar, en una era donde todo rodó por el mercado, único santuario luego de la caída de todos los iconos. Todo rodó, menos esa isla negada a sucumbir en la corriente oscura del retroceso, esa isla a la que el mundo obliga a aceptar sus leyes crueles y aún con ese cuchillo entre sus conquistas y el aplazamiento de la dicha, se aferra a la dignidad como lección última ante el adverso contexto.

Esta mujer considera imprescindible consignar todo lo expresado en estas ya extensas cartas credenciales, para intentar hacer entender a los que se erigen en jueces del proceso cubano desconociendo sus peculiaridades, con el mismo sentido totalitario que le suponen y censuran, aunque durante veinticuatro años como periodista en Juventud Rebelde se ha referido a todo ello, lo cual indica que no son noticias frescas y que no usa en su provecho lo que llaman apertura obligada de los últimos tiempos. Escribió también textos encendidos, con pretensiones poéticas, disintiendo de todo lo que afeaba la mejor propuesta de felicidad en la isla.


Esta mujer está dispuesta a ponerlo todo sobre la mesa. Corazón, cerebro, pasiones, razones, vísceras y extremidades. A discutirlo todo, a revisarlo paso a paso. Lo único que no admite, cualquiera que sea el futuro de la isla, es el absolutismo de los que niegan la maravilla de haber tocado lo imposible y la persistencia en no abandonarlo como demostración de máxima sabiduría, a pesar de la inversión extranjera, el turismo, las fauces abiertas de todos los peligros que amenazan aquella fiesta inaugural del prohibido prohibir, de las cercas que el dólar levanta entre las playas y la moneda nacional; y de la rabia, la rabia infinita ante los irresponsables que perdieron el secreto del fuego. Tampoco ahora es inocente después del aprendizaje arduo, pero es feliz de poder mirar hacia atrás sin el temor de convertirse en estatua de sal.
París, 1995

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