miércoles, 9 de julio de 2008

LA DAMA DEL ALMENDARES.
Desde que la Literatura comenzó a resultarle un lugar inhóspito y las películas no contaron mas historias de amor según su ideal, pasaba las calurosas tardes estivales a orillas del Río Almendares, entre los frondosos y antiguos árboles del parque. Llegaba cada día con su equipaje. Una bolsa con varios compartimentos, en los cuales organizaba el agua hervida, congelada, para que estuviera fría por largo rato; las naranjas peladas, para el aperitivo y como plato fuerte, un pan con queso y guayaba, tostado en el disco, parecido a un pequeño platillo volador. A buen recaudo de la contaminación de la humedad, ubicaba sus ovillos de hilo con las agujetas de tejer y el cojín de seda china azul turquesa con un dragón dorado en el centro. Enfundadas en un nylon estaban las chinelas de andar en casa, en el mismo tono y con igual ornamento que el cojín, repetido también en el mínimo banquito para reposar los pies.
La ceremonia
Instalarse en el banco mas protegido por la sombra de una yagruma y un jagüey que confluían, era una ceremonia meticulosa. Como una maga iba sacando de la bolsa todos aquellos prodigios, lentamente, como si tuviera a su disposición todo el tiempo. Primero situaba el cojín. Se acomodaba sobre el para cambiar los zapatos por las chinelas. Después colocaba el banquito al alcance de sus pies. Ponía el agua y la merienda al alcance de su mano y luego de acomodada como para una larga estancia, recogía su largo pelo blanco con dos palitos chinos, sacaba las agujetas y los hilos y tejía mientras su mirada vagaba entre el revoleteo de los gorriones, el bullir de la brisa en las hojas, de un lado a otro, con absoluta independencia de las manos movidas a tal velocidad que apenas podían distinguirse entre el estambre azul turquesa.

Marino Roble, el guarda parque, se había aficionado tanto a aquella ceremonia vespertina que trabajaba intensamente, hasta en pleno mediodía, para poderse dedicar a contemplarla con deleite. ¿ A quien le recordaba aquella dama ¡?. Porque era una dama a juzgar por las apariencias y aunque él sabía que las apariencias engañan, también estaba seguro que tampoco hay que desdeñarlas. Cada gesto de aquella mujer trasmitía distinción. Había que ver con cuanta gracia y agilidad se recogía el largo cabello con aquellas dos agujetas, con cuanta delicadeza servía el agua en el vaso y con cuanta suavidad comía. Era hermosa, tenìa estampa, donaire, como una palma real y así la llamó para siempre: Señora Palma Real.

Camelia del Valle no estaba ajena a las observaciones perseverantes del guarda parque. Despertar la curiosidad en los otros era algo que le ocurría frecuentemente. Cuantas mujeres gemelas tendría por el mundo, a cuantas se parecería para que con tanta frecuencia la trataran como una persona que no era ella. Cada día de su vida estaba marcada por la misma pregunta hecha por los interlocutores más disímiles y en los escenarios más diversos. Perdone, ¿ no es usted la actriz de la telenovela Una luz en el camino?. Disculpe, usted se me parece a alguien conocido,¿ no es la que anunciaba el jabón Camay? No quisiera importunarla, pero me parece que usted fue la reina del carnaval del año... Se le había tornado tan habitual aquella perenne confusión que ante cada pregunta sonreía displicente sin aclarar quien era. En realidad le agradecía a una de aquellas gemelas desconocidas su más bella historia de amor.
La historia irrepetible
Aquella tarde acudía al Hotel Habana Hilton a solicitud de un cliente con el que nunca se encontró. No hizo mas que colocar uno de sus pequeños pies en el lobby cuando aquel hombre se le echó encima con tal pasión que apenas podía respirar. Se sintió profundamente conmovida ante el susurro en sus oídos: Dolores, querida Dolores, yo sabía que no me abandonarías aunque ese monstruo te amenace de muerte. Se dejó arrastrar por él hasta la habitación 2001. Nunca se olvidaría de ese número. Y se dejó amar con fruición y correspondió desde lo hondo, aun sabiéndose impostora. La noche transcurrió sin que el amor diera reposo hasta que vencidos durmieron y despertaron para volver a amarse sin saber si era día o noche, olvidados del tiempo y las fechas.

Una mañana ella despertó cuando él dormía aún. Tomò hilo y agujetas que nunca faltaban en su cartera y comenzó a tejer, como siempre lo hacía, a gran velocidad, mientras su cerebro buscaba una manera de explicarle a aquel amante desesperado que no era ella su Dolores, sino Camelia del Valle, que perdería su trabajo a causa de haber dejado un cliente esperándola pero que por primera vez el sexo le habìa parecido un suceso verdadero por humano. Al despertar él la miró arrobado y ella intentó, tartamudeando y sin dejar de tejer, explicarle su confusión. Pero él no le diò oportunidad.


-No te inquietes, ya se que no eres Dolores por la pasión que pusiste. Ella es igual a ti por fuera, pero incapaz de arriesgarse como lo has hecho tú. Me gustas. No me cuentes nada, no me digas quien eres y sigámonos amando
Los cambios
Siguieron amándose por largos años en aquella torre que él compró en Jaruco junto al mar. Ella tejía para él, hacía cortinas, sábanas, fundas de almohada. Siempre con hilo o estambre azul turquesa que era el preferido por su amado. Porque ella lo amaba tanto como para poder resistir aquella torre solitaria y sus ausencias, en ocasiones prolongadas. Sabia por los regalos, si había estado en Tokio o Nueva York, en Roma o en Paris y nunca supo a que se dedicaba. Nunca hubo preguntas entre ellos mas que la ridículas de los enamorados. ¿ Me extrañaste mucho? ¿Cuánto me amas?¿ De aquí a donde me quieres? Y entonces venían las demostraciones de cariño. Un día él quiso mudarse cerca del Río Almendares y en otra casa torre se refugiaron. Podían ver la desembocadura del río en el mar y luego tomar un bote y recorrer todo aquel tramo por las aguas, descansar en el malecón, refrescarse con un granizado y volver por las aguas hasta el Parque Almendares y subir hasta su torre para amarse.
Afuera todo comenzó a cambiar, él no podía hacer ya sus largos viajes y cuando al nuevo gobierno se le ocurrió hacer el cambio de moneda, no pudo soportarlo. Murió de un infarto a pesar de que en el banco quedaba suficiente dinero para seguir viviendo largamente. Ella creyó morir pero no murió y entonces quiso conocer todas las historias de amor que se habían escrito o filmado y así se convirtió en una especialista que escribía críticas para los periódicos siempre bajo seudónimo sin abandonar nunca el tejido con hilo o estambre azul turquesa.

Pero un día no encontró màs historias de amor a su gusto ni en los libros, ni en las películas. Volvió a leer todas las obras conocidas y a ver los filmes en la Cinemateca primero y luego, cómoda en su torre, cuando logró comprar su maquina reproductora de video. Hasta saberlas todas de memoria. No buscó nuevas. Muerte, violencia, sordidez, desastre, eran, según su parecer, los signos de novelas y películas. Entonces decidió refugiarse en el Parque Almendares para repasar los detalles de aquel amor que había superado todas las películas y todas las novelas que se escribieron y se hicieron sobre el amor entre un hombre y una mujer. Solo eso recordaba de su vida, como si no hubiese existido nada màs, como si todo hubiese comenzado en el Habana Hilton y terminara con la muerte de Héctor por una causa baladí, sin importancia, a su modo de ver.

Bajo la sombra de los árboles, reeditaba sus días con Héctor. Y siempre sonreía feliz de saberse un ser privilegiado por aquel amor no agotado ni con la muerte. En una de esas sonrisas espléndidas sorprendió al guardabosque espiándola y sonrió segura que una vez mas la confundía con alguien. Pero el no se acercó. Pasó el verano. Llegaron las lloviznas y ciclones del otoño tropical. Apenas pudo venir alguna vez. Pero cada tarde el guarda parque estaba allí, como si la esperara. Cambió sus horarios en mas de una ocasión, pero el siempre estaba allí y la miraba casi con afecto, como miraba los nenúfares en el estanque de los peces, y los troncos de los jagüeyes.

La sorpresa
Llegò diciembre fresco y ella se permitió enviarle un pull over tejido, azul turquesa, por supuesto. Lo dejó con la muchacha de la cafetería a quien le regaló una manta del único color en que ella tejía. Roble agradeció el envío dejándole una botella de miel de abeja con la misma muchacha pero siguió mirándola desde la misma distancia. Buscando en su cerebro esa misma imagen de mujer, màs joven, cuando el pelo no era blanco. Hacia mucho tiempo, cuando él administraba el Habana Hilton y podía pedir por catálogo la hembra que màs le gustara. Entonces vino la imagen completa de aquella muchacha seleccionada en Casa Marina. Tenia que ser ella o su hermana o su prima. Pero la habìa escogido por esa estampa de palma real y aquel gesto, sosteniendo el cabello en la nunca, que más que coquetería le daba un aire de distancia, de fineza. No era como las otras que aparecían en las fotos. Tenia que ser ella.

Camelia del Valle estaba recogiendo su equipaje cotidiano del Parque Almendares cuando sintió, mas que viò, al guarda parque a sus espaldas.

- Usted no me conoce, no se ofenda, no quiero agredirla, pero usted no acudió a una cita que tenia conmigo en el Habana Hilton, usted desapareció desde ese día.
Camelia sonrió y sonriendo, casi con alegría, respondió.

- Al fin, alguien no me confunde con otra persona. Entonces usted era el cliente

Desde ese día Camelia no falta al encuentro con Robles, aunque llueva o haga frío. Y està pensando seriamente en invitarlo a su torre para enseñarle sus recuerdos de Héctor y agradecerle con cuanta paciencia e interés escucha sobre aquel amor que le cambió la vida, porque es maravilloso encontrar a alguien que le sigan gustando las historias de amor verdadero y no esas que escriben y sobre las que hacen películas ahora.

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