miércoles, 21 de octubre de 2009

Las dudas del fuego (fragmento)



Epístola II

Querida Elsie : Tu mala costumbre de no ponerle fechas a las cartas le ha restado un dato interesante a mi investigación sobre los cambios que esta operando el Periodo especial en la vida de la isla y los isleños. Me seria muy útil saber cuánto ha demorado una carta entre Alamar y Santa Fe, entre los extremos este y oeste, distantes de unos 30 kilómetros, en Ciudad de La Habana. Pero me pareció una originalidad estimulante que me escribieras. Es un signo de las regresiones a que obliga esta salación. Así es como lo denomina mi vecina Fernanda, la que no quiere que su marido Bonifacio me mire. Quizás a la isla le hacía falta este calvario por un tiempo para darse cuenta de todo lo abandonado que debe ser recuperado, deshacerse de todo lo que había adquirido y no era suyo, y poder detenerse en la encrucijada de los tiempos, retomar su camino verdadero y arrastrar al mundo en esa corriente. Un extraterrestre que me enamora, gemelo idéntico de Ernesto por cierto y que parece haber guiado al autor del libro La tercera ola, me ha estado anunciando sucesos imprevistos, como el de tu carta. El dice que es más hermoso y de mejor entrenamiento para las neuronas escribir un mensaje que ponerse a hablar por teléfono. No, no es que niegue la necesidad y la utilidad de la tecnología. Es otro asunto mucho más interesante. Explica que los terrícolas enloquecieron con el desarrollo tecnológico y fueron perdiendo habilidades y sensibilidad, saliéndose así de la trama de la armonía programada para nuestra galaxia y en particular para el planeta que habitamos. El dice que el universo esta formado por infinitos programas en una computadora gigantesca, pero no es una máquina fría y repetidora, es la Fuerza cósmica que creo en un estadio superior la Inteligencia cósmica. Todo estaba diseñado para que la vida evolucionara amablemente en la Tierra, pero algo se descontroló desde el comienzo mismo de la humanidad, porque los habitantes de este planeta amable han tenido poco desarrollo a partir de esa peregrina idea, desde las mismas cavernas, de que unos son mejores que otros y los más fuertes tienen que abusar de los débiles. Cuando llegó a ese punto alegué que dudaba, que el programa trazado para la armonía no me parecía teóricamente convincente porque la especie humana se parecía bastante en su comportamiento a la conducta de la escala biológica, según la cual, para vivir, los unos se comen a los otros, los más grandes a los más chiquitos, con el único atenuante de que entre los animales de las otras especies el ritmo del banquete no pone en crisis el equilibrio ecológico. Es decir las lagartijas no se comen a todas las moscas. Siempre hay suficientes de unas y suficientes de otras. Al poner ese ejemplo me sorprendió el extraterrestre, pues no me imaginé que otras culturas del espacio acudieran a vocablos comunes en la Tierra. El, muy serio, como si dijera el mejor acerto filosófico acotó: ¿No has pensado que las moscas no se acaban por la cantidad de mierda que producen los seres humanos? No es despreciable el argumento. Pero, si se acabaran las moscas, ¿qué comerían las lagartijas? Dejamos la solución de esos dos prolegómenos pendiente y yo seguí arguyendo mi teoría biológica del desastre, sin renunciar a mí concepción inicial de que estamos hechos de los mismos ingredientes de las estrellas, sólo que habría que ver en qué proporciones para que ellas den luz aún después de muertas y a los humanos les cueste tanto brillar más allá de las necesidades animales. Esas discusiones comenzaron desde que me mudé para Santa Fe, para que nuestros encuentros cercanos fueran menos sospechosos y sus posibilidades de aterrizaje mas seguras. El pertenece a una civilización marina. ¿Te imaginas una bola azul de agua de mar en el espacio? Por eso le es más fácil amarizar, poner a funcionar sus mecanismos de adaptabilidad y luego nadar por el aire hasta mi balcón. En el Vedado eso era mucho más difícil. Para llegar hasta mi apartamento en 23 e I tenía que atravesar, desde Malecón, toda La Rampa, con el riesgo de que los policías lo confundieran con algún objeto no identificado que enviaba el enemigo o que los merolicos quisieran capturarlo, porque usa un vestuario confeccionado con hilos de oro, plata, esmeraldas, rubíes, y cuanta piedra hay en este universo, sólo que en su mundo, esa no es ropa de reyes ni nada por el estilo, son lo que son, piedras hermosas a los ojos, sin otro valor. Porque ¡oh! civilización feliz, carece de mercado. Nuestro primer encuentro fue una madrugada en el Malecón. Pensé que Yemayá me devolvía a Ernesto cuando lo vi, pero pronto me percaté que no era un ser de este planeta. El problema que se presentó para nuestra comunicación era el escenario, porque con alguien que puede resultar estrafalario, casi extranjero, corría el riesgo de que me confundieran con una jinetera y, por otro lado, sabes que a mí me gusta conversar con los amigos en mi casa. En Santa Fe todo es más sencillo, aunque, claro, al generalizarse los apagones le tuve que recomendar cubrirse la brillantez y entonces él acude a la encantadora costumbre de los disfraces mientras reproduce las metamorfosis de su especie. Delfín en el mar, gaviota en el aire y finalmente Ernesto en mi balcón, sin taras ni prejuicios. Me extraño mucho que llamaras extremista a Ernesto en tu carta. Cuando las personas actúan con sinceridad, aunque estén equivocadas, no son extremistas. Tú y las restantes miembros de nuestro desintegrado Círculo de la esperanza, lo juzgan tan severamente porque les rompió un ideal, pero los sucesos de la vida no son gratuitos, ocurren porque tienen que ocurrir, para desatar otros en esa trama que no cesa. Tan difícil de comprender porque requiere de un esfuerzo que nuestra especie no hace. ¿Cuándo lo viste? ¿Preguntó por mí? No lo busco, ni lo he buscado porque sé que vamos a encontrarnos. No alcanzo a comprender por qué Ina se asustó tanto por mis palabras. ¿Ves lo que te decía de la trama infinita? Quizás sucedió para que ella conociera a ese camionero que va a cambiar su existencia. Pero lo que más me ha preocupado de tu carta es esa mordacidad para hablar de lo que está pasando en este agosto del año II del Período especial. ¿Te estarás poniendo vieja? Ahora sé que la vejez no llega con las canas, las arrugas, el tiempo en el que una transcurre, sino cuando se deja de creer en la belleza y verdad de la esperanza. Yo sé que todo se compra en la Bolsa negra. Pero dudo que sus mercaderes puedan entrar algún día en el reino de la felicidad, por mucho dinero que acumulen, porque comercian con los despojos de un sueño y de los despojos de los sueños deben salir otros sueños que trasciendan la tiranía de la pobreza espiritual en la que con tanta facilidad se hunden los terrícolas. Sé por qué te salen esas cosas cuando pintas. Es la lucha desesperada entre el amor y la injustificada decepción que has dejado penetrar en tí. Sin esas locuras no hubiésemos tenido sueños, ni esperanza. Preciso es librarte de tal maleficio. Te rectifico mi nombradía: Regla Caridad Bárbara Lázara de las Mercedes Atocha Sol, pero en realidad el orden de los factores no altera el producto. Creo que es el único principio matemático que me sé. En cuanto a mi presunta locura prefiero que los demás se rompan la cabeza dilucidándola. De todas formas, delante de tu edificio hay suficiente tierra para plantar unos cuantos árboles frutales...