EXPLORACIÓN
O INVOLUCRAMIENTO
CON
EL SUJETO DE ESTUDIO
(Fragmento La posible eternidad de Catuca)
Soy
Tito. No, no se asuste. Catuca avisò a Mamanantuabo que esperaba una
visita importante de La Habana y que todo el que pasara por el
crucero, si veía a una mujer con tipo de gente extraña, preguntara y si era la
visitante esperada, la auxiliáramos. Imagínese, Catuca para nosotros es la
prenda mas preciada, así que seré yo el
que obtenga el premio.
¡Bendita
Catuca¡, pensé y aliviada de todos los temores monté en la moto de Tito. No tenìa memoria del tiempo que había transcurrido desde mi
última noche plena, porque aunque los apagones en La Habana no habían disminuido,
nunca volví a subir a la azotea. Sin Pancho Miguel no tenìa sentido. Por otra
parte, la carencia de transporte había impedido mis excursiones a la finca de
los Mir Odoun en Punta Brava. Pero me estremecí como si estuviera a punto de un
orgasmo mirando aquel reguero de estrellas en el cielo, sin competidores,
porque la luz de la moto de Tito apenas alcanzaba para sortear los baches,
mientras gritaba y gesticulaba contándome las cosas de la Doña, el escándalo
reciente de su cumpleaños, para el cual presentó un espectáculo de cabaret, con
unas mujeres pintarrajeadas que después se pudo saber no eran tales mujeres
sino amigos de uno de sus parientes, que anda en sentido contrario, ¿usted me
comprende?.
Reí a carcajadas para susto de Princesa que se
había dormido de pura fatiga, imaginando el revuelo pero sorprendida por el
atrevimiento de Catuca. La fascinación por el cabaret era uno de los tantos
misterios que rodeaba su vida, pues
nadie había podido dilucidar como persona tan ponderada y decente, aunque muy
enérgica, aseguraba Tito, podía admirar y codearse con un ambiente que nada
tenia en común con su larga vida de estudiosa, sus afanes literarios y su
vocación de promotora cultura. En la comarca, desde tiempos remotos, se
comentaba que esa era una influencia perversa de París, ciudad que la había
fascinado desde su infancia, y, como a su bisabuelo, le había reblandecido la
mollera, la hipófisis y el hipotálamo, porque Catuca, con toda su apariencia de
adustez y seriedad nunca había vivido como una persona de esas que llaman
normal..
Pero a pesar de su pasión por el cabaret hasta
ahora no se le había ocurrido invitar a la tertulia inaugurada por el bisabuelo
Narciso Jacinto ninguna figura de ese escenario, de ahí que esa intención justo
con la entrada del nuevo milenio y con su centenario, podía ser una influencia
perversa del programa televisivo De la gran escena que a Catuca le encantaba,
pero de todos modos despertó sospechas en la familia en lo relativo a que en su
cabeza se estuvieran produciendo los primeros síntomas de incapacidad para las
diferenciaciones, al punto de haberle enviado una invitación muy gentil a Juana
Bacallao, lo cual, de saberlo Rufo
Caballero, pensé yo, uno de los pocos críticos sobreviviente del vendaval de
los años 90, habría sido llamado como un acto de asunción de la postmodernidad,
palabrita que según Catuca, informada por su biznieta María Candela, de las mas
novísimas valoraciones filosóficas de la época, no era mas que un travestismo
de la decadencia de una especie ignorante todavía de sus verdaderas
posibilidades y limitaciones, concepto que
me precisó cuando ya se habían iniciado nuestro perenne diálogo.
Su
biznieta María Candela había aportado otro enigma a la entrada del tercer
milenio de la era cristiana, según incluía Tito en su prolija información que a
falta de grabadora, yo trataba de retener en mi memoria. A pesar de la
complicidad que siempre había existido entre ambas no le había comentado nada
sobre aquel asunto que tanto diò que hablar, insistía mi narrador particular
con picardía.. En realidad, aunque Catuca había apoyado a María Candela en su
maternidad en solitario, se decía que ni la mismísima Catuca sabia cómo se
habìa originado aquel bulto, aunque nada preguntó en la comprensión de que María
Candela guardaba el secreto por alguna razón muy poderoso y todavía a mi
llegada el secreto se mantenía.