Se puede publicar un
periódico de niños sin caer de la majestad a la que ha de procurar alzase todo
hombre, sentencia José Martì en carta del 3 de agosto de 1889 a su amigo Manuel
Mercado comentándole sus razones para asumir la gran empresa de escribir La
edad de oro y aclara que el titulo es del editor.
“Una empresa en la que he
consentido entrar, porque mientras me llega la hora de morir en otra mayor,
como deseo ardientemente, -le explica Martì a su amigo Mercado-. en esta puedo
al menos, a la vez que ayudar al
sustento con decoro, poner de manera que sea durable y útil todo lo que a pura
sangre me ha ido madurando en el alma.”
Martì tiene 37 años por esos
días de empeño de trasmitirle a los niños y niñas,- aspecto que deja
establecido desde la primera página de la revista-, su aprendizaje arduo de la
vida con el propósito de “ que ayude a
lo que quisiera yo ayudar, que es a llenar nuestras tierras de hombres
originales, criados para ser felices en
la tierra en que viven, y vivir conforme a ella, sin divorciarse de ella, ni
vivir infecundamente en ella, como ciudadanos retóricos o extranjeros
desdeñosos nacidos por castigo en esta otra parte del mundo. El abono se puede
traer de otras partes pero el cultivo se ha de hacer conforme al suelo. A
nuestros niños los hemos de criar para niños de su tiempo y hombres de
América”, le argumenta en la misiva a su amigo mexicano Mercado.
Cuando emprendió esa tarea no
faltaron los alarmados porque fuera a dedicar su talento a obra menuda,” los
que esperaban, con la excusable malignidad del hombre, verme por esta tentativa
infantil, por debajo de lo que se creían obligados a ver en mí, han venido a
decirme, con su sorpresa más que con sus palabras, que se puede hacer un
periódico de niños sin caer de la majestad a que ha de procurar alzarse todo
hombre.” , expresa Martì para sintetizar su convicción de que escribir para la
infancia es una responsabilidad tan grande y digna como para cualquier otro destinatario..
En esa carta del 3 de agosto
de 1889 y en el texto A los niños que lean La edad de oro, están en buena
medida las esencias de sus convicciones de cómo se ha de escribir para los
niños de quienes piensa, “saben más de lo que parece, y si les dijeran que escribiesen
lo que saben, muy buenas cosas que escribirían” y de hecho los convoca a
escribir, pero aclara “sobre cosas de su edad, para que puedan escribirla bien,
porque para escribir bien de una cosa hay que saber de ella mucho. Así queremos
que los niños de América sean. Hombres que digan lo que piensan, y lo digan
bien: hombres elocuentes y sinceros.”
Cuando se leen los artículos
de la revista La edad de oro,- Los tres
héroes, La historia del hombre contada
por sus casas, Las ruinas indias, Músicos, poetas y pintores, La historia de la
cuchara y el tenedor, El padre Las Casas, Un paseo por la tierra de los
anamitas,- se pone de manifiesto que ningún tema le paresia ajeno a los niños y
a la vez su profundo respeto,- y el
deseo de inculcarlo a los chicos,- a la diversidad de la naturaleza y de la
cultura creada por los diferentes pueblos, sean asiáticos, africanos, europeos
o de las Amèricas para definir : “ Estudiando se aprende eso, que el hombre es
el mismo en todas partes, y aparece y crece de la misma manera, sin más
diferencias que la de la tierra en que vive.”
En todas esas narraciones que
Martì denomina artículos, aunque tienen la estructura de cuentos, está también
el interés de mostrar la dialéctica de lo viejo y lo nuevo, dar los elementos para hacer comprender de donde
han surgido las ideas y las realizaciones de los terrícolas, los procesos de la
realidad que parecen cosa de magia, los nexos entre el pasado y el presente.
Escribe con profundidad pero
de manera que pueda ser comprensible para los niños lectores, sin menoscabo de
su estilo particular, maestro en el dominio del idioma y de gran calidad
literaria, convencido de que los chicos entenderán y serán seducidos por las
maravillas que descubrirán en su acercamiento
a sucesos cotidianos o a obras como La Iliada, a la cual usa para explicar asunto tan
complejo como el de las creencias religiosas.
“ Como que son los hombres
los que inventan los dioses a su semejanza, -explica-,y cada pueblo imagina un
cielo diferente, con divinidades que viven y piensa lo mismo que el pueblo que
las ha creado y las adora en los templos: porque el hombre se ve pequeño ante
la naturaleza que lo crea y lo mata, y siente la necesidad de creer en algo
poderoso, y de rogarle, para que lo trate bien en el mundo, y para que no le
quite la vida.”
Justo esas ideas de Martì
chocan con las concepciones del dueño de la revista La edad de oro, lo cual le
comunica en carta del 26 de noviembre de 1889 a su entrañable amigo Mercado.
La edad de oro ha salido de
sus manos “ a pesar del amor con que la comencé, porque, por creencia o por
miedo del comercio, quería el editor el “temor a Dios”, y que el nombre de
Dios, y no la tolerancia y el espíritu divino, estuvieran en todos los
artículos e historias.”
“ ¿Qué se ha de fundar así en
tierras tan trabajadas por la intransigencia religiosa como las nuestras?,- se
pregunta Martì. y continúa: Ni ofender de propósito el credo dominante, porque
fuera abuso de confianza y falta de educación, ni propagar de propósito un
credo exclusivo”
Y veladamente se lamenta:”La
precaución del programa, y el singular éxito de critica del periódico, no me
han valido para evitar este choque con las ideas, ocultas hasta ahora, el
interés alarmado del dueño de La Edad.”
Sólo cuatro veces apareció la revista durante los meses de julio, agosto,
septiembre y octubre de 1889, lo suficiente para darle un vuelco total al modo
de dirigirse a los niños tanto para el recreo como para la instrucción, porque
no faltan los cuentos, los poemas, las fábulas en las 32 paginas de cada mes de La edad de oro, porque el
hombre que la escribía era conocedor de la naturaleza humana y comprendía la
necesidad lúdica al punto de expresar. en el artículo Un juego nuevo y otros viejos:
“Los pueblos, lo mismo que los niños,
necesitan de tiempo en tiempo, algo así como correr mucho, reírse mucho y dar
gritos y saltos” y aprovecha para situar el parentesco ineludible de los
terrícolas: “ Es muy curioso; los niños de ahora juegan a lo mismo que los
niños de antes; la gente de los pueblos que no se han visto nunca juegan a las
mismas cosas.”
A pesar de la presunta corta
vida de La edad de oro, los niños de la época establecieron comunicación
epistolar con el redactor.. En el último número precisamente aparece un
comentario de Martì al respecto:
“Los niños han leído mucho el
número pasado de La edad de oro, y son graciosas las cartas que mandan,
preguntando si es verdad todo lo que dice el artículo de La exposición de París.
Por supuesto que es verdad. A los niños no se le ha de decir más que la
verdad.”
Y esa verdad, como demuestran
no sólo La edad de oro, sino el Ismaelillo y las cartas a la niña María
Mantilla, no escatima las realidades duras de la existencia, la lucha por el
sustento, los esfuerzos para el aprendizaje, las injusticias, la existencia de
los
malvados, los egoístas. Nada
de los horrores del mundo y de la propia naturaleza humana le oculta Martì a
los niños pero también les devela las maravillas que pueden encontrar según su
concepto pedagógico de que a los niños hay que hacerles hombros que soporten el
peso de la vida , lo que implica una didáctica
que propicie el entendimiento de las complejidades de la existencia, y a
la vez propicie las fuerzas internas,
espirituales, para imponerse a ellas y ser una persona digna.
En la Historia de la cuchara y
el tenedor hay una síntesis de esas concepciones: “ Y la vida no es difícil de entender tampoco.
Cuando uno sabe para lo que sirve todo lo que da la tierra, y sabe lo que han
hecho los hombres en el mundo, siente unos deseos de hacer más: y eso es la
vida. Porque los que están con los brazos cruzados, sin pensar, sin trabajar,
viviendo de los que otros trabajan, esos comen y beben como los demás hombres,
pero en la verdad de la verdad, esos no están vivos.
Ha pasado más de un siglo de
los días en que se escribió La edad de oro sin embargo sólo quien no la haya
leído a profundidad podrá decir que es asunto de otro tiempo. Lo lamentable es
que escritores, incluso maestros, se refieren sólo a una parte de ella, la de cuentos
y poemas y no hay referencias a esas narraciones que cubren pasado y actualidad
que son una muestra magistral de cómo escribir de cualquier tema para acercarlo
a los no entendidos, niños y jóvenes o adultos.
Martì ciertamente escribió
para todos los tiempos, y en su modo de dirigirse a los más jóvenes dejó
abierto un camino que vale la pena recorrer en una época en que todavía los
terrícolas no ha encontrado las divinas fuerzas que los integran y que puestas
en acción pueden llevarlos a trascender las circunstancias por difíciles que
sean y vivir con mayor plenitud el breve tiempo de paso por el planeta. La
magia posible para conseguirlo fue uno de los aportes esenciales de eso hombre
que sólo aspiraba a que lo quisieran como un amigo.