No hay que ser
perspicaz analista político, ni especialista en economía para percatarse de que
el mundo necesita profundos cambios de los cuales no sólo depende el bienestar
futuro, sino la sobrevivencia misma de la especie humana a largo plazo.
Los intentos de
socialismo, boicoteados desde sus mismos orígenes por los partidarios del
capital y el libre mercado, y por la dificultad probada que sufren los
terrícolas de trascender los límites estrechos
del bien propio para ampliarlo al bien común,- que también condiciona el
particular aunque no se pueda apreciar a simple vista- implotò en el este
europeo sin permitirse una reinvención creativa del propósito de justicia
social que lo animó y parcialmente consiguió.
Pero la vuelta al
capitalismo salvaje de los países ex socialistas europeos ni convirtió al mundo
en un mejor lugar de infinitas posibilidades para todos como reza la propaganda
de los ideólogos de la libre empresa, ni produjo el enriquecimiento
generalizado que los ingenuos ciudadanos esperaban del sésamo ábrete
capitalista, sino que ocasionó un mundo unipolar, de base absolutamente feudal
donde un gran rey totalitario y tiránico, los Estados Unidos, hace lo que le
vienen en gana y las otras presuntas potencias se convierten en sus vasallos y
los países pobres en sus siervos de la gleba, dicho en términos sintéticos y
sencillos.
Mucho más temprano de
lo que se esperaba por los agoreros profetas del fracaso socialista surgieron
movimientos en América Latina empeñados en convertir el descontento popular en
victoria en las urnas a favor de la justicia social dentro de la propia
democracia burguesa, y rápidamente encontraron una oposición feroz de las
burguesías nacionales apoyadas por supuesto por Estados Unidos que propiciaron
sucesos como el frustrado golpe de estado a Chávez en Venezuela y el efectivo
golpe de estado a Celaya en Honduras, por citar sólo dos ejemplos notorios.
Desde la desaparición
de la Unión Soviética
y el llamado campo socialista este
europeo, China y Viet Nam, en Asia, sin abandonar la aspiración socialista
acudieron a la inversión externa, a liberalizar el mercado, a flexibilizar los
mecanismos económicos internos para intentar un desarrollo dentro de las
crueles reglas del juego que establece
el capitalismo global, en el interés de emularlo en la acumulación de
bienes y riquezas que luego podrían tener una distribución menos desigual entre
sus numerosas poblaciones, en lo que se podría calificar de una especie de
capitalismo controlado por el Partido Comunista.
Cuba, con menos
posibilidades de recursos naturales, una isla bajo asedio de un enemigo 200
veces mayor, frecuentada por desastres naturales, se propuso salvar las
conquistas del socialismo en los 90, abrió puertas a la inversión extranjera de
manera controlada, apostó al turismo, al libre mercado campesino interno y
otras modalidades de trabajo por cuenta propia con la mesura a que obliga tener
en contra un capital cubano en el exilio dispuesto, con la ayuda de la política
estadounidense contra Cuba, a zamparse el país tan pronto tengan una
oportunidad, lo cual no niega, para no ser absoluta, que existan cubanos con
capital en el exilio sin tan siniestras pretensiones.
Pero esos cambios
obligados por las circunstancias tuvieron más en cuenta los factores exteriores
que los interiores en la urgencia de obtener financiamiento rápido para la
elemental sobrevivencia del país. Luego, el triunfo de Chávez, la creación del Alba, la configuración de un
panorama más beneficioso en América Latina contribuyeron a aliviar ciertas
tensiones pero siguieron relegadas las fuerzas productivas del país que podían
tener un mayor protagonismo en darle un vuelco a la producción de bienes para
el consumo imprescindible- y la exportación incluso- a partir de tomar en
cuenta en puridad de términos a los productores de los diversos recursos para
el bien común..
Ahora se hacen esfuerzos, se ensayan diversas fórmulas para reactivar la economía, vuelven aproducirse aciertos y errores como ocurre en cualquier empeño, pero no se hace suficiente énfasis en la produción coooperativa, ni en buscar maneras de que la histórica concepción del poder vertical se vaya transformando en poder horizontal, lo que equivale a hacer responsables en verdad a los ciudadanos, con la participación en la toma de decisiones y en la solución de los problemas existentes desde los microuniversos productivos o de servicios a los macreo. Ese es el cambio sobre el que más se debería insistir, a sabiendas que incluye transformar la mentalidad de los que dirigen y los que debn aprender a autodirigirse. Es algo que ningún sistema de organización de los terrícolas ha conseguido, porque también es más cómodo seguir lo que dicen otros que asumir la parte que toca a cada cual y después culpar a los que decidieron por lo que no salió bien.
El mundo está obligado a cambiar o seguirán los retrocesos que se observan hoy y amenzan a la existencia de la especie, pero Cuba tiene condiciones y posibilidades de proponerse cambios que establezcan otra dinámica diferente a las prácticadas y que ya han demostrado su ineficacia en el capitalismo y en los intentos de socialismo. Y habrá que seguir profundizando en el asunto.