domingo, 17 de enero de 2010

Levantar ancla con las velas desplegadas





El socialismo cubano ha demostrado que se puede hacer mucho con poco para el bien común cuando existe la voluntad política para hacerlo. Sus conquistas sociales mantenidas con alto costo económico, aún en los peores momentos de la crisis, son una base importante, material y moralmente, para sostener las transformaciones que requiere la sociedad cubana, expuestas en el intenso proceso de debate de los últimos años.
La crisis económica planetaria y las dificultades propias en ese terreno obligan, después de conocer el diagnóstico, a desatar la mayor audacia y creatividad en las propuestas de soluciones. Sustituir importaciones, producir aceleradamente alimentos a escala local, repartir tierras ociosas, invertir para garantizar aspectos vitales de la existencia como el transporte, el agua, la electricidad, reparar hospitales, escuelas, viales, son respuestas, sin dudas, al justo reclamo popular de un mejoramiento en las condiciones de vida cotidiana que a la larga puede incidir en la imprescindible laboriosidad productiva.
Pero todas esas medidas favorables, siguen produciéndose en moldes antiguos, que no toman en cuenta el indispensable renuevo, apostando a que es suficiente el mejoramiento de la vida material para que las contradicciones y conflictos de la sociedad se resuelvan, sin tener en cuenta que los niveles de vida en los países socialistas eran muy superiores a los alcanzados por Cuba y eso no impidió que aquellas sociedades retrocedieran al capitalismo sin oposición popular, incluyendo la Unión Soviética.
Es imprescindible resolver los problemas económicos, pero evidentemente la solución no està en mantener los métodos que ya probaron su inoperancia. Hasta la solidaridad entre cubanos està limitada por el centralismo estatal que asume como suya exclusivamente la responsabilidad ante las catástrofes Después del paso de los ciclones del 2008, miles de cubanos llamaron a los órganos de prensa porque querían ayudar a sus compatriotas que lo habían perdido todo, ese sano espíritu que se mantiene a pesar de los daños morales que se han producido en ciertos sectores de la población, no encontró eco, ni cauce en las organizaciones populares, ni en los sindicatos que parecen no comprender que de esos rasgos de humanismo concreto dependen realmente las virtudes de cualquier esclarecimiento ideológico.
A la entrega de tierras parece habérselo puesto excesivas limitantes para estimular el retorno a un trabajo tan arduo, quizás el temor al enriquecimiento ha influido en ello olvidando que el afán en ese terreno ha conducido a que los mayores enriquecidos sean los corruptos y delincuentes y no los que trabajan realmente y que, por otra parte, existe el recurso legítimo del impuesto por tenencia y por ganancia que debe regular con justeza esos aspectos, con justeza no para desanimar a los interesados.
Tampoco se ha hecho suficiente énfasis en recurrir a las formas cooperativas que deberían ser por naturaleza las privilegiadas en un sistema que parte de la socialización de los medios de producción y de lo que se produce. Entre los cambios estructurales que requiere el país està justamente reorganizar la producción de manera que los que producen se sientan dueños reales de ella, responsables de la productividad y la eficacia, pero también beneficiarios directos y no simples asalariados. Y la traducción a la realidad de ese concepto implica que para que el conductor de ómnibus lo sienta suyo, cuide su instrumento de trabajo y la recaudación, tiene que recibir un por ciento, tiene que sentir que esa actitud suya repercute en su salario, en el mejoramiento de su vida y la de su familia, además de ser reconocido moralmente por sus resultados.
Es un imperativo de la renovación socialista que el estado deje de ser el gran centralizador, juez, parte, programador y ejecutor para ser el regulador, el gran mediador en las contradicciones que siempre van a existir, el defensor de la equidad y la justicia, el que vela por los interese nacionales, la defensa, el orden interior, la educación, la salud, la cultura como representante del pueblo, elegido por el pueblo para esa función.
Un cambio de esa naturaleza requiere de un cambio de concepto que implica la reeducaciòn de todos los que dirigen y de la sociedad toda después de un excesivo paternalismo que ha deformado a los ciudadanos y los métodos de gobierno; y como ocurre con los padres controladores y sobre protectores, un rechazo a la camisa de fuerza en que se convierte el exceso de protección.
Se ha hablado de la supresión de las gratuidades y eso me parece un paso importante para el saneamiento de la economía, pero para que tenga efectividad práctica y moral tiene que funcionar a todas las escalas de la sociedad, desde arriba hasta abajo, como reclaman los ciudadanos. Y no se trata de incurrir en el viejo error del igualitarismo, sino de establecer de manera transparente que toca a cada cual. No tiene ningún significado real que un funcionario gane un salario modesto si las gratificaciones para compensar el sacrificio de su desempeño lo supera con creces. Pero tampoco es bueno para la economía y los buenos oficios de la alabanza que un trabajador vanguardia viva en condiciones precarias, que sus hijos no perciban la utilidad de la virtud de su padre o madre, porque de lo que se trata es dejar bien claro que sòlo el trabajo, los resultados del trabajo pueden producir un mayor bienestar material y esa es una medida ética importantísima.
Entonces eliminar las gratuidades será una medida importante no sòlo para ahora, sino para el futuro, si està vinculada al concepto de que nadie, a ningún nivel, tiene derecho a gastar, ni a vivir por encima de los resultados de su responsabilidad y trabajo, porque ambos, responsabilidad y trabajo tendrán su equivalente en la remuneración que recibe.
Para romper ese círculo vicioso en que por un lado se exige mayor producción y eficiencia y por otros los encargados de lograrla necesitan un mayor estímulo salarial, - cualquiera que sepa algo de economía sabe que no se puede conseguir a capricho-, hay que invertir en dar señales claras de que el que màs trabaja con eficiencia, el que inventó un método de màs rendimiento, él o la, o los que hicieron un descubrimiento beneficioso para todos, tiene derecho a mayor bienestar.
Pero también, el contrato social tiene que ser claro en que tipo de sociedad queremos construir, que entendemos por bienestar, porque a consecuencia de la crisis vivida, de la justificada introducción de las leyes del mercado para airear la economía, de las desigualdades surgidas y de la falta de ejemplo de quienes deberían darlo, han ganado terreno algunos vicios que distan de los valores legitimados por nuestro proyecto sociopolítico. Tendencias consumistas, indisciplina social, vandalismo, diferentes formas de prostituirse, ese asqueroso criterio de que se vale según lo que se tiene y no lo que se es, egoísmos, corrupción, son atisbos preocupantes en una franja de la sociedad que pueden ser circunstanciales si tanto en el plano material, como en el espiritual se transforman las causas que lo generan a partir del entendimiento de que la realidad no es una cosa acabada, sino que està en constante construcción y por eso puede variar en un sentido o en otro.
Si queremos una sociedad que evolucione hacia las mejores y humanas propuestas socialistas, tenemos que pensarla y diseñarla entre todos, para eso es imprescindible asumir que participar no es responder a convocatorias, ni debatir, sino tener el derecho de intervenir en las transformaciones de la realidad sin creer que los que dirigen, por experiencia o buena voluntad, son los únicos poseedores de lo que conviene a la colectividad. No es que los obreros aprueben el plan de producción que ya està previsto, sino que ellos contribuyan a elaborarlo porque la información no será un privilegio de los directivos sino un conocimiento compartido.
Entender que cada cual es poseedor de saberes que pueden ser útiles a la colectividad, que los conocimientos no son un privilegio de los ilustrados, saber escuchar, comprender que las divergencia son parte de la diversidad, fomentar una cultura del diálogo, discernir que el hecho de que alguien no comparte un criterio, una medida, un proceder no significa que esté en contra del proyecto social que nos preocupa y ocupa, tienen que convertirse en recursos para el mejor funcionamiento de la sociedad.
Cuando nos eduquemos sobre esas bases no será un sobresalto que un joven estudiante haga preguntas al presidente de la Asamblea Nacional, ni que un artista haga declaraciones cuestionando la dinámica gubernamental, ni se acudirá a ese burdo método estalinista de censurar alguien, sin contar con su colectivo profesional o laborar, violando las leyes establecidas por la propia Constitución de la República y los principios éticos elementales, ni tendremos que prescindir de músicos valiosísimos porque sus canciones y sus opiniones alarman a alguien que no se alarma por la cantidad de música superficial y vana, sin valores artísticos, que se difunde por los medios estatales, no tendremos màs quinquenios ni decenios grises, ni tantas torpezas de burócratas perseguidores de cualquier nacimiento, como diría el filósofo Silvio Rodríguez.
No hay estructura socialista, ha sentenciado Fray Betto, que produzca por efecto mecánico, personas de índole generosa, abiertas al compartir, si no se adopta una pedagogía capaz de promover permanentemente emulación moral, capaz de hacer del socialismo el nombre político del amor.
El socialismo cubano tiene que hacerse de esa pedagogía. Después de cincuenta años de experiencias, de desaciertos, pero también de aciertos que lo han mantenido como ejemplo de resistencia y han servido para inspirar a millones de desposeídos del planeta es el que està en mejores condiciones de producir las transformaciones socialistas de mayor profundidad que en otros países latinoamericanos enfrascado en el mismo empeño encuentran oposiciones de gran fuerza.
En Cuba la decisoria mayoría apuesta por el socialismo, que ha creado además el capital humano para su mejoramiento. No se puede olvidar que en todas las generaciones surgen líderes, héroes, pensadores, sabios, iluminados, pero hay que darles las oportunidad de hacerse visibles y esa posibilidad la ofrecerá una concepción renovadora de gobierno socialista. A pesar de la complejidad de la situación que no se puede desconocer, las condiciones son propicias para levantar ancla de los esquemas inoperantes y retardadores y navegar con las velas de la inteligencia colectiva desplegadas,






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