sábado, 2 de agosto de 2008

। Ella había comprendido finalmente a los bígamos en París. Porque amaba París, todo lo que no tenía brillo pero sí esplendor, sin que menguara un ápice su devoción por La Habana. Era una posición muy incómoda. A ahorcajadas sobre el Atlántico. Conmovida por lo que de monumento de civilización tenía la ciudad luz, entristecida tras confirmar que el progreso espiritual de la especie carecía de nexos con su desarrollo tecnológico. Acosada por los fantasmas de sus amores y de tantos días y paisajes que no volverían la sorprendió la llegada de Camacho.

No hay comentarios: