sábado, 16 de agosto de 2008




EN BUSCA DE MARCO POLO.
A pesar de la muchedumbre los distinguió con su mirada. Quizás fue el vestido rojo de ella, su aspecto grácil de muchacha. Tal vez los botones del traje de él, a punto de saltarse bajo presión del abultado abdomen. O el aire de complicidad subyacente entre ellos aunque hacían un esfuerzo de adustez, acentuado por la severidad de los portafolios que portaban.
Era casi un prodigio reparar en alguien en la estación central de trenes de Pekín. Estaba a punto de marearse ante el movimiento incesante de aquellas oleadas de personas de ojos oblicuos que se movían de un lado a otro sin la parsimonia adjudicada a su ancestral cultura. Pero llamaron su atención. Y comenzó a fabricarles una historia mientras subía al vagón apresurada por la traductora Zhao Lirong y el deseo de llegar a la región donde Marco Polo paso un buen tiempo de su viaje, en lo que ahora se había convertido en ciudad de Tian Nin.
Nunca pudo imaginar que llegaría tan lejos, hasta China, cuando los vaticinios del amigo Luis se estaban cumpliendo. Con él hablaba de sus sueños viajeros, de la envidia que le daba pensar que Marco Polo hizo en tiempos tan lejanos lo que ella no podía realizar cuando ya se habían consagrado los viajes espaciales. Pero lo pudo conseguir. Lástima que no volvió a encontrarse a Luis para contarle de sus viajes. Y de cómo le habían dado la razón, sobre todo en lo relativo a las repeticiones que le permitían tener bajo sospecha a aquellos dos en la Central de Trenes de Pekín.
Al rato de estar sentada los viò aparecer aparentando buscar un sitio, pero sabía que se estaban cerciorando de que no había en todo el vagón alguna persona que los identificara.. Conocía de memoria esos subterfugios descriptos de manera particularmente exacta por el menospreciado poeta José Ángel Buesa:
Solo tú y yo sabemos
Lo que ignora la gente
Al cambiar un saludo
Ceremonioso y frìo
Porque nadie sospecha
Que es falso tu desvío
Ni cuanto amor esconde
Mi gesto indiferente.
Esa capacidad de simulación la había descubierto con Jacinto y fueron tan eficaces que nadie nunca se percató en las miles de reuniones, trabajos voluntarios y concentraciones patrióticas en las que coincidieron. Fue una jugarreta tácita, a escala intuitiva porque todavía Ángeles no había descubierto la fascinación que las muchachas gráciles ejercen sobre los funcionarios gordos, siempre casados, siempre aburridos de sus esposas gordas y de su propia gordura. Se río de su propia ocurrencia a costa de los gordos. Su traductora Zhao Lirong inquirió el motivo de su alborozo. Y cuando se lo contó se quedo muy seria y tiró la barrera que extienden los chinos ante los extranjeros aunque se traten de visitantes de un país amigo. Pero Ángeles Riscos no se dejó amedentrar.
- Apuesto a que esos son una pareja de amantes, secretaria y jefe o asesora y jefe.
- No, Ángeles, no aquí las cosas no son así. Los funcionarios guardan respeto.
- Veremos, Zhao Lirong, veremos.
El paisaje era monótono. Una enorme planicie sembrada de alguna planta que no podía distinguir y por algunos poblados de edificios con el mismo sistema constructivo visto en un distrito de Santiago de Cuba o en otro de la periferia de Moscú. Nada de puntiagudos techos como los vistos en la Ciudad Prohibida o de los bosques de bambú tan repetidos en los paisajes tradicionales a tinta. Solo la despedida de sol haciendo sombras chinescas con las feas edificaciones le recordaba que viajaba en un tren salido de Pekín.
Sorprendió a Zhao Lirong observando a la pareja por encima del libro que simulaba leer. Zhao había admitido que era serpiente. Le salió espontáneo cuando con su irreverencia habitual Ángeles dijo que era dragón para explicar porque su llegada a la milenaria china había coincidido con una nevada en primavera, a pesar de que había sido advertida por el funcionario que atendió a su viaje de la adustez obligatoria con los chinos de Mao.
- Las mujeres dragón son muy peligrosas. Las familias evitan tener hijas en el año del dragón.
- ¿Las matan al nacer?
Zhao se sobresalto con la pregunta.

-En España también me hacían esas preguntas. Pero ellos tienen una idea equivocada de los chinos. No comprenden su mentalidad.

- Zhao, no te disgustes, pero ustedes dan poca oportunidad de conocerlos. Sin embargo, cuando se les encuentra fuera de china son como cualquier otro ser humano.
Zhao había aprendido el Español en Madrid. Ángeles estaba segura que sabia a lo que ella se refería. Era algo en lo cual los culturòlogos no profundizaban. Cierto es que las costumbres suelen persistir, pero los terrícolas con mucha mas facilidad de lo imaginado adquieren nuevos hábitos, por mimetismo, para consagrar la procedencia de los monos y como los monos pueden ser fácilmente distinguidos los amantes, esas gentes que cambian un saludo ceremoniosamente frìo para callar el ardor de los momentos de intimidad. Y aquel chino panzón y aquella grácil chinita conformaban una vívida estampa de los amantes.
Zhao la miro interrogante. Pero no se animó a explicarle sus teorías.¿ De que le sirvieron a Confucio las suyas? Había escuchado durante toda su vida tanta gentes haciendo citas de pensamientos sabios que jamás aplicaban... mientras los terrícolas seguían cometiendo los mismos errores generación tras generación, errores etiquetados ideológicamente cuando provenían de la esencia misma del ser humano. El descubrimiento le había producido un estado de angustia latente que no confesaba y que le había creado el vicio del juego del mono, ese andar siempre a la caza de los gestos imitatorios aparecidos en la Quinta Avenida de Nueva York, en la calle San Lázaro de La Habana, la Avenida Kalini de Moscú o en Avenue des Champs Elysees de París. Aquel tren entre Pekín y Tian Nin era una confirmación más.
El funcionario de vientre abultado hizo un movimiento con su mano mofletuda que fue a posarse sobre el muslo de la grácil muchacha. Se habían sentado en la senda contraria de asientos, pero casi de frente a Ángeles y Zhao, quien fingió no percatarse del gesto. Comenzaba a obscurecer y ellos no encendieron la luz de su área aunque habían sacado un montón de papeles sobre la bandeja como si fueran a trabajar intensamente. Lo mismo que hacían Jaime y ella en las largas travesías por la llanura camagüeyana cuando se sentaban en el asiento de atrás del carro justificándose con el trabajo.
- El poder es erótico para las mujeres- sentencio una vez Luis, el de la moto, enterándola entonces de la verdadera aventura de Marco Polo, que después los analistas habían juzgado como el resultado premeditado de una jugada comercial. Ángeles siempre supo que Luis era uno de esos descubridores de misterios que se burlaba en el fondo de todos los discursos en los que se parapetan los ideólogos para convencer a la manada. Siempre tuvieron una complicidad vertical, sin horizontalidades que hubieran menoscabado aquellas conversaciones de fondo sobre el absurdo de la existencia.
Mientras mecaniqueaba aquella moto de la segunda guerra mundial, donada por los soviéticos, en la Plaza San Francisco del Camaguey de la segunda mitad de los años 60, le explicaba a Ángeles como todo lo revolucionador de un momento se volvía conservador màs tarde. Hasta Marco Polo que después de tanto viaje osado y peripecias fabulosas se murió burguesmente comiendo las pastas italiana originarias de China. Era un pesimista digno y gordo con unos espléndidos ojos verdiazules que no ascendía en el funcionariado porque prefería conservar las libertades de los descamisados.
- Pero una moto también es un poder, la gasolina también es muy atractiva, había repuesto Ángeles.
- Si, por eso gasto tanto tiempo en arreglarla, sin ella mis ojos no tendrían ningún encanto..
A la larga la existencia le estaba resultando de una vulgaridad decepcionante, aun cuando aquel premio por inventar un detergente de henequén la había llevado a la China de las transformaciones económicas. No era por reconocer que ella había sido una grácil muchacha en manos de los gordos funcionarios, que tienen la habilidad de convertirse en luminosas lámparas para atraer las mariposas, lo cual había sido sencillamente inevitable en los tiempos que confundía con héroes a los que tenían una responsabilidad de la que parecía depender el destino de la nación, como debia ocurrirle a la grácil muchacha del tren, sino porque la repetición de los sucesos y los personajes en la historia general la condenaban a ser una pieza mas de un juego para el que no llevaba fichas, quizás por responsabilidad de Luis, el de la moto, que la había impregnado de esa sabiduría que ya no permite disfrutar màs que de las verdaderas, por tanto escasas, sorpresas. Estaba a punto de hundirse en la depresión cuando alcanzó a ver al gordo funcionario dormitando sobre el pecho de la grácil muchacha que se entretenía en ver una revista Vague oculta en una carpeta negra.
Zhao Lirong no pudo evitar premiarla con una sonrisa de involuntaria complicidad mientras repetía entre dientes:
-Las mujeres dragón son muy peligrosas y eso lo aprendió hasta Marco Polo.

No hay comentarios: