jueves, 5 de febrero de 2009

La fiesta de los libros

Febrero es tiempo para la gran Feria Internacional del Libro. Por miles la gente cruza el Túnel de la bahía de la capital cubana para encontrarse con las novedades editoriales. El pabellón para los niños y jóvenes suele ser el màs concurrido. Y allí, junto con otros muchos autores cubanos presentaré un minilibro que parece un juguete de lo lindo que ha quedado la edición. El texto a continuación se los paso.

ETERNAMENTE TUYA

Desde aquel día estoy triste y cuando llegan las sombras y las florecitas de maravilla abren su olor en el balcón me pongo peor. He perdido el apetito. No tengo ganas ni de comer gelatina y mira que la gelatina me gusta. Mamá dice que seguro tengo parásitos porque me he puesto flaquita, flaquita. Pero no quiero decirle la verdad a Mamá, ni a Maruchy, Chichi, o la Mora después de las burlas por aquel papelito que se me cayó en el aula gracias al cual ahora todos me dicen Eternamente tuya. Suerte que no decía el nombre de Luis Carlos, pero él se puso colorado, y eso se nota mucho en él porque por algo le dicen Ratón Blanco. Le decían aquí. Allá no se como lo llamarán.
Todos se burlaban de él desde el primer día de clase. Se pasaba los recesos con un libro en la mano. Parecía unos de esos personajes raros que se ven en las películas de Harry Potter. Orejas puntiagudas. Ojos hundidos detrás de los cristales de los espejuelos. Cara ancha y cuerpo flaco. Asquerosamente blanco, decía la Mora. Pero cuando respondía una pregunta en clases hasta los maestros se quedaban sorprendidos. Se ha quedado cegato de tanto leer, comentaba Chichi y el pesado de Eduardo recalcaba que con esa facha no iba a tener nunca novia aunque se supiera de memoria la Enciclopedia Británica.
A Luis Carlos no parecía molestarle las burlas y comentarios desagradables. Después me dijo que ya estaba acostumbrado y no podía perder tiempo en esas boberías. Me le acerqué para que me ayudara con la Gramática y todas esas reglas que parecen inventadas para fastidiar. Tan pronto nos vieron juntos, Eduardo, el pesado, gritó: Miren que café con leche han armado estos dos. Ratón blanco empatao con la mulatica màs linda de Sexto A.
Entre repasos nos fuimos haciendo amigos. Después, de regreso de la escuela nos sentábamos en el Parque Víctor Hugo. Él fue quien me descubrió el perfume de la maravilla porque una cuadra antes, casi frente a la Clínica estomatològica hay un montecito de esa planta que crece silvestre, se multiplica fácilmente por la caída de sus semillas y se extienden sin pedir permiso. Todo eso me lo explicó Luis Carlos que es un mechao en la botánica. De aquel montecito de maravillas tomé las semillas que ahora se han vuelto frondosas en las macetas del balcón y perfuman mi tristeza cada atardecer.
Del parque nos fuimos un día al cine Riviera y luego a tomar algo al café literario. Otra vez me trajo una panetelita en almíbar. Su mamá las hacía para vender, al regreso de su trabajo en la biblioteca. ¿Y tu papá? No està aquí, contestò. Una vez fuimos a ver a su mamá. Y ella dijo: ¡ què linda es¡ Cuando me enfermé de la garganta me llevò romerillo, salvia y miel de abeja. Me arregló la bicicleta. Le hizo una casita a la perrita para que durmiera en la terraza. Me enseñó a limpiar el ventilador. Mi madre no decía nada, pero cuando él no aparecía me preguntaba extrañada. Como vivimos sola, Luis Carlos se fue convirtiendo en una presencia necesaria y un día, con absoluta naturalidad me sorprendí despidiéndolo con un beso en sus labios. Los dos nos quedamos turbados un momento pero él sonrió, como no lo habìa visto sonreír nunca. Es mi primer beso, dijo, y se fue sin decir màs.
Al otro día llegò tarde, cabizbajo, y me miró desde su silla de una manera extraña. Entonces le escribí el papelito:
¿ Por què estás triste si yo te quiero?
Nos vemos en el receso.
Eternamente tuya
Angélica.
Habìa leído una carta de mi mamá a mi papá con ese final que me sonó muy bonito. En el momento en que le hacía seña a Maruchy para que le pasara el mensaje a Luis Carlos, el papelito cayó al suelo y lo cogió Eduardo, el pesao. Se lo echó en el bolsillo y tan pronto sonó el timbre del receso lo leyó en voz alta. Se armó el gran revuelo, las risas, el papelito pasó de una mano a otra y Luis Carlos tomò la mía y salimos al patio de la escuela.
No les hagas caso, me gustó mucho lo que escribiste, pero hay un problema, mi padre està enfermo en California. Nos vamos a cuidarlo. Me quedé muda. California està tan lejos como inalcanzable para mí. No nos veríamos màs. Y me eché a llorar desconsolada aunque él decía que nos podíamos escribir, enviar mensajes electrónicos, que me llamaría por teléfono y cuando fuéramos grandes reunirnos. Pero desde entonces estoy triste y me pongo peor cuando las florecitas de maravilla abren su olor con las primeras sombras en el balcón, aunque le cogí el gusto a que en el aula me llamen Eternamente tuya.

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