domingo, 30 de noviembre de 2008

La probable eternidad de Catuca: (Fragmento)

Sobre la imposibilidad de que las mujeres fueran filósofas, dado el exiguo número de representantes femeninas en ese campo, y la falta de reconocimiento a filòsofas excepcionales como Simone Weil, Catalina, rebautizada por el afecto familiar como Catuca aunque tenía nombre de reina, sólo pudo reflexionar cuando comenzó a habitar el jardín, después de haber renunciado primero a los estrenos del habanero Cabaret Tropicana y luego a los del camagüeyano Cabaret Caribe a causa de la desaparición de la gasolina para particulares pues los veinte litros racionados por mes apenas alcanzaban para llegar a Florida, solo para casos de máxima urgencia, así que ni siquiera podía consolarse con la revista de cortina con pretensiones cabareteras que el centro nocturno El Floridano ofrecía los sábados.
Los hijos pensaron que le había llegado la melancolía senil. Se preocuparon primero y luego se consolaron, como sucede siempre ante todos los sucesos sin remedio, convencidos de que aquel alejamiento de Catuca de las antiguas costumbres no había afectado su salud física y que sus extensas jornadas de silencioso deambular por el jardín o de acomodo en el tronco de la ceiba, según el Doctor Galguera, no tenían que ser necesariamente síntomas de enfermedad. El hecho de mantener su tertulia sabatina daba fe de que, todavía con sus muchos años, él medico seguían haciendo diagnósticos fiables, a pesar de la ultima idea descabellada de la anciana, empeñada en tener una computadora en Magarabomba y en invitar a coristas y figuras del cabaret a La Maison para animar la peña mensual que le había proporcionado reconocimiento de nivel nacional, desde que Gabriel, el periodista que hacia la sección Que hay de nuevo en el periódico Juventud Rebelde, se había encontrado con Catuca en el Gran Hotel de la capital del Camagüey en la conferencia de prensa del cantante catalán Joan Manuel Serrat, a quien Catuca pretendía llevar a Magarabomba.

El periodista Gabriel, de quien se supo después que su verdadero nombre era Pedro Herrera, se fascino con la disposición de aquella mujer, entonces de mas de 70 años, empeñada en que el mapa cultural que se trazaba en el país llegara a Magarabomba. Tuvo noticias entonces de la tertulia que celebraba la anciana en aquel punto desconocido de la llanura camagüeyana desde su temprana juventud tratando de rendir homenaje a su bisabuelo que quería reproducir el Salón de la Condesa Merlín en París como vía de evadir el fatalismo geográfico bajo el cual, según Catuca, se encontraba su localidad de nacimiento.
Catuca le mostró a Gabriel los recortes de periódico El Camagüeyano, donde el mismísimo poeta Nicolás Guillen narraba su experiencia como invitado a la tertulia ideada por el bisabuelo de Catuca; y se reseñaba la presencia en la misma, en diferentes periodos, del patriota Juan Gualberto Gómez, el pensador Enrique José Varona, los poetas José Ángel Buesa, Carilda Oliver Labra, el político Eduardo Chibàs, la escultora Jilma Madera, la bailarina Alicia Alonso, el locutor Germán Pinelli, la escritora Dulce María Loynaz, los cantantes Bola de Nieve, Benny More y el recitador Luis Carbonell, conocido como el Acuarelista de la poesía antillana. Como Catuca había conseguido ese elenco espectacular fue el tema de una pagina completa de Juventud Rebelde donde se saluda la capacidad de iniciativa de Catuca y su familia pero se sugería la importancia de que las instituciones culturales trabajaran en igual sentido, en cualquier rincón de la isla, lo que fue interpretado por la sagacidad de Catuca como una clara señal de que la iniciativa privada no tenia cabida, ni para empresa tan noble, pues la cultura era también una responsabilidad estatal. A pesar de su discrepancia con la versión tropical de la dictadura del proletariado y su profundo antistalinismo, características conocidas por las autoridades locales, Catuca volvió a ser noticia cuando cumplió sus 100 años de existencia aquel 31 de diciembre de 1999.

1 comentario:

Elsie Carbó dijo...

Oye eso está bárbaro, a ver si lo sigues poniendo para enterarme qué ha ocurrido con Catuca.

Chao y elicidades