lunes, 22 de febrero de 2010

El refuerzo de la primavera.



La lluvia fue prodiga aquel marzo de l957 en la Sierra Maestra. Luego de la primera reunión nacional del Movimiento 26 de julio el l7 de febrero, Fidel decidió esperar el refuerzo prometido por Frank País para el 5 de marzo y mientras llegaba aquel día seguir profundizando en el conocimiento de la zona y en las relaciones con los campesinos.
En Santiago de Cuba Frank y sus colaboradores trabajaban con gran celeridad para cumplir el compromiso. En realidad no era mucho el tiempo disponible para seleccionar los cincuenta hombres que integrarían el destacamento y los pertrechos necesarios para que fueran mas útiles al núcleo guerrillero en la montaña. En varias casas de la ciudad y en la finca de Juan José Otero, próxima a Boniato, estaban guardas las armas conseguidos, algunas recuperadas de la acción del 30 de noviembre. Era necesario ir trasladándolas para Manzanillo y a la par seleccionar los combatientes, hacer los uniformes, conseguir mochilas, hamacas.
Celia Sánchez, al mismo tiempo, estaba realizando similar labor en todo el territorio aledaño al Golfo de Guacanayabo mientras buscaba las casas y los lugares posibles para acoger al grupo y luego conducirlo donde Fidel. En ese momento corría particular riesgo como la persona mas buscada por los agentes de Batista a quienes había sorprendido la información del The New York Time sobre la supervivencia de Fidel y su guerrilla, fruto del trabajo del periodista Herbert Matthews.
Al regreso del primer encuentro con Fidel, Celia halla poca alternativas donde esconderse en Manzanillo y buscando distanciarse un poco de la ciudad va a refugiarse a la casa de Rene Llopiz, entonces administrador de la finca La Rosalía, distante unos diez kilómetros del centro urbano, aunque próxima a la carretera de Bayamo y a la cárcel de la localidad. En medio de la tensión constante por la persecución de que es objeto, de las dificultades que ha encontrado para hallar sitio donde proteger a los combatientes que vendrían, Celia descubre en las cercanías de la vivienda de Llopiz un abundante cayo de marabú que hará historia.
El MARABUZAL
Debió haber pronunciado un eureka de alivio al ver a aquel marabuzal que por su altura y ubicación ofrecía todas las condiciones indispensables para un campamento clandestino. De inmediato comenzó, con la ayuda de la familia Llopiz, a desbrozar la parte baja de aquel bosque espinoso, para convertirlo en una especie de cueva verde y aviso a Frank del hallazgo para que comenzara a enviar a los combatientes.
Los primeros en llegar, recibidos por Felipe Guerra Matos, son Jorge Sotus y Alberto Vázquez, quienes se unen a la labor de acondicionamiento del marabuzal en compañía de José Lupiañez que se incorpora después.
Con la llegada de marzo se intensifica la presencia de los grupos seleccionados. Son traídos desde Santiago por Vilma Espìn, Haydee Santamaría, Asela de los Santos y Marta Correa, entre otros combatientes, aprovechando sobre todo la fuerza femenina del movimiento. Es la casa de Felipe Guerra Matos el sitio de llegada. De ahí parten para la finca La Rosalía, donde los espera Celia para vacunarlos, si no lo han hecho todavía, y explicarles las duras condiciones en que tendrán que vivir hasta la hora de la partida. Ella trata de amainar el rigor de las precarias condiciones de vida, prodigando afecto, medicinas, tratando de suavizar las tensiones que se crearon en algunos momentos entre el grupo de jóvenes que duermen en el suelo, a quienes hay que traerles la comida y el agua diariamente de la casa de Llopiz, deben hablar en susurros para no ser descubiertos y no salir del cerco protector del marabú.
Frank, por su parte fue hasta Guantánamo a buscar armas del movimiento y luego de camuflarlas debajo de naranjas en el camión de Otero, sale acompañado por Bebo Hidalgo. Le sirve de escolta un carro con Vilma Espìn y Asela de los Santos. Corriendo grandes riesgos llegan hasta La Rosalía. Frank se queda en el marabuzal para organizar las escuadras. A pesar de que ha sido imposible tener listo el refuerzo para el 5 de marzo, Frank se esmera en preparar el grupo y asegurarse de que el traslado de armas y hombres será posible en los próximos días.
En tanto Fidel comienza a acercarse a la loma de Caracas,donde deben incorporarse los nuevos guerrilleros, y el Che, después de una fuerte batida del asma, avanza hacia la finca de Epifanio Díaz, donde debe recibirlos. Hay impaciencia en las lomas en la medida que los días transcurren y se acrecienta cuando escuchan por radio que Frank esta preso. Raúl Castro consigna en su diario: el mas valioso elemento de acción y organizador con que cuenta el Movimiento. Si sus captores supieran bien lo que representa para nosotros, no dudarían en eliminarlo.
Otra noticia aciaga llega el 13 de marzo. El asalto al Palacio Presidencial ha fracasado y José Antonio Echevarria, el carismático y corajudo presidente de la FEU ha sido asesinado en las inmediaciones de la Universidad. Ese mismo día se encuentran con el Che en la finca de Epifanio Díaz Felipe Guerra Matos y Jorge Sotus para coordinar la llegada definitiva del refuerzo.
No es hasta el viernes 15 que comienzan a desplazarse las escuadras del marabuzal hacia la montaña. Haydee Santamaría y Armando Hart han venido de Santiago para darle la despedida. Después de esperar un camión durante todo el día, optan por pedir otro prestado a un vecino. Celia tiene que acudir a la vertiente mas enérgica de su carácter para imponer al dueño el uso del vehículo, aunque ya ha llegado el otro.
Llueve también en el llano esa noche que preludia la primavera. Ha sido necesario abrir un camino con un buldózer. Los nuevos guerrilleros reciben un buen bautismo de agua y fango que pondrán en peligro la travesía por rutas colaterales. Se atascan los vehículos. Es necesario bajarse y empujarlos para continuar la marcha mientras no cesa de llover. Y bajo la pertinaz llovizna alcanzan el monte donde es necesario continuar a pie.
El sábado 16 de marzo el Che describe la llegada en su diario: Quedamos en estado de duerme vela hasta las 3 de la mañana en que llego la gente muy cansada, empezando por Sotus, que ya no daba mas. Venia con ellos Pedro Soto, el que fuera nuestro compañero del Granma. La gente cayo muerta.
Mucho tendría que caminar el refuerzo todavía hasta encontrarse con Fidel el 24 de marzo. Celia había tenido que renunciar a sus ansias de acompañarlos. Las instrucciones eran permanecer en Manzanillo. Otros periodistas norteamericanos querían subir a entrevistar a Fidel pero ella, Frank y los restantes miembros de la dirección del movimiento habían cumplido su compromiso de reforzar con la primavera las huestes rebeldes en la Sierra Maestra,

lunes, 1 de febrero de 2010

Su excelencia y el vendedor



- ¿Por qué no dormimos juntos para saberlo ? -dijo la Embajadora en el mismo tono que le comentaba habitualmente lo difícil que era vivir en París, a pesar de que París le encantaba.

Jean creyó haber entendido mal. Seguramente era uno de esos tantos equívocos que había creado entre ellos la diferencia de idiomas. Bajó los ojos, atribulado por el desconcierto. Necesitaba ganar tiempo. Discernir rápidamente si era una propuesta o un error y evitar que la demora al responder pudiera herir la sensibilidad de su Excelencia.
Son una merde las mujeres, se dijo a manera de consuelo, antes de intentar recordad cómo habían llegado a aquel equìvoco।


- Madam, conozco un sitio donde puede comprar unos cómodos zapatos para caminar en el bosque। Perdóneme, entiendo muy mal el francés। Puede hablar lentamente। Le señalé los pies descalzos। Acudí al lenguaje de los gestos. Me gusta el roce de la hierba. Es bueno. ¿Le gustan los caballos, Madam? Sería magnífico pasear a caballo? Le dibujé un caballo. ¡Oh, sí, me encantan! Puedo mostrarle el mejor sitio para comprarlos. Me gustan los caballos, señor, pero prefiero caminar. Necesito bajar de peso. Pero, Madam, tengo la mejor fórmula para resolver ese asunto. Dibujé un gimnasio con todos los equipos y a alguien parecido a Madam usándolos. Caminar es muy buen ejercicio. Mi deteriorada columna impide usar todo eso. Entonces, Madam, usted podría comprar las pastillas para adelgazar. Dibujé los frascos y las etiquetas con los nombres de los medicamentos. ¿Por qué habría de tomar medicamentos para algo que puedo resolver caminando por el bosque? Porque es más rápido, Madam. No estoy apurada. Ya corrí bastantes. Entonces, usted no vive en París. Dibujé París. En París el tiempo no alcanza para ganar la plata que se necesita para disfrutar París. Dibujé París con un signo de pesos. Lleno de flores, de carros, de escenarios espectaculares y otro París sin signo de peso, mustio y sin atractivo. Dibújeme una oveja. No entendí. Perdón, dibuje el bosque. No soy pintor, Madam. Dibuje el bosque, por favor. ¿Qué quiere? El estanque. Lo dibujé. Los árboles. Los dibujé. El banco donde estamos sentados. Lo dibujé. El pájaro sobre la rama. Lo dibujé. El sol en el agua. Lo dibujé. Fantástico, señor. Cierto, era un paisaje. Nunca había dibujado un paisaje. Color, señor. Sí, faltaba color. Usted sabe, señor, dónde se pueden comprar colores para pintar. Seguro. Yo sé dónde se puede comprar cualquier cosa.
Estábamos en el parque Marly le Roi. Un sábado de agosto. Por la tarde. Todo andaba mal para mí. Camille me había pedido el divorcio, los negocios iban disminuyendo. Me fui para el parque, como siempre hago en mis días difíciles. Y allí estaba ella con sus pies descalzos y la sonrisa apretada en los labios. Sin zapatos, un poco gorda. Me fui asombrado y contento de mi primer dibujo de paisaje. Había aprendido a dibujar para mostrar mejor el producto que ofrecía y para hacerme entender por los que no hablan mi idioma. Pero nunca nadie me había pedido que dibujara otra cosa. El sábado siguiente acudí al parque nuevamente. Ella estaba sentada en el mismo banco donde habíamos conversado. Sacó una caja de colores y una cartulina y yo comencé a estudiar un paisaje que ya no era exactamente igual al de la semana anterior. Así, sábado tras sábado, le fui tomando el pulso a aquel otoño. En las cartulinas que pintaba aparecía más amarillo, menos verde y de sábado en sábado, el desnudo despacio de los árboles. Ella no hizo nunca las preguntas de los desconocidos. Ni yo tampoco. En mala hora se me ocurrió contarle a Pierre mis sesiones de pintura en el bosque.