lunes, 15 de junio de 2009

Los amantes culpables


Ocurre con los niños y niñas, como con el amor, todos consideran que son los asuntos màs importantes de la vida pero pocos le dedican la atención que merecen. Lo que es valioso para nuestras vidas debe tener una prioridad que ni el amor, ni los niños y niñas, ni las obras artísticas que se les dedican, y por supuesto la literatura que le està destinada, tienen en un mundo donde el culto a la materialidad, a la tenencia tiene màs adeptos que devotos la espiritualidad, el ser como suceso verdaderamente esencial.
Desde mi punto de vista esa es parte de la enajenación del mundo en que vivimos, tiranizados unos por las exigencias de la pura sobrevivencia y otros por el consumismo que obliga a emplear tiempo, malgastar aspiraciones y consumir, valga la redundancia, una parte importante de la existencia que podría ser ocupada en cultivar la sensibilidad para disfrutar la vida con menos costo y màs satisfacciones.
Las niñas y los niños son los que màs sufren los problemas y conflictos del mundo, cualesquiera que sean sus condiciones sociales y económicas, porque dependen de los adultos como mediadores en su aprendizaje y apreciación de la vida, de sus gustos estéticos, de toda los elementos formativos para el ser humano adulto que van a ser.
En la época por excelencia de los medios audiovisuales, muchos niñas y niñas antes de aprender a leer y escribir pasan largos períodos delante del televisor, incluso muchos analfabetos adultos del planeta disfrutan de la posibilidad de informarse o recrearse gracias a esa posibilidad, lo cual por un costado tiene sus ventajas, pero por otro minimiza el interés por la lectura hasta por cuestiones prácticas, pues madres y padres han encontrado en el televisor una forma de mantener a los pequeños y pequeñas entretenidos mientras ellos realizan otras labores. Leerles a los niños los libros antes de que aprendan a leer equivale a ocupar un tiempo del cual creen no disponer en la arrolladora dinámica de la vida contemporánea.
A pesar de que el desarrollo de la ciencias basadas en la psicología y diversas teorías pedagógicas han estudiado y establecido que las niñas y los niños son capaces de aprender y percibir muchos elementos de su entorno desde las màs tempranas edades, persiste esa frase “cosas de niños” para indicar nimiedades, boberías, cuestiones sin importancia y esa frase engloba una filosofía inconsciente muchas veces que incluye a la literatura que se escribe para ellos y es quizás el punto de partida de esa subestimación que los autores han sentido históricamente.
Incluso, Hans Christian Andersen, considerado el padre de la literatura infantil, aspiró siempre a ser reconocido como autor teatral y poeta y sufrió por no conseguirlo como deseaba a pesar de que sus historias para niños le granjearon pronto las simpatías generales y transcendió por ellas. No pocos escritores para niños sufren del mismo síndrome y se siente víctimas de la subestimación de los propios colegas que “escriben para adultos”, de la crítica que no suele ocuparse de sus obras y de los medios masivos que no las publicitan a la misma escala que a las otras obras aunque en las Ferias internacionales, los pabellones infantiles sean los màs visitados y los adultos cumplan el ritual de comprar los libros para los màs chicos.
Los imperativos de una época
Organizaciones internacionales como la UNICEF y la UNESCO han convocado a los gobiernos a proteger las producciones de obras para niños y jóvenes, a promover planes nacionales de lectura. A pesar de esas buenas intenciones no se puede olvidar cuantos millones de niños en el planeta no tiene posibilidades de ir a la escuela, ni sus abuelos, ni sus padres saben siquiera leer y escribir. Pero según informaciones existentes los niños, en los sitios con condiciones para ello, han sucumbido a la proliferación del audiovisual cuyos productos se han abaratado para poder ser comerciales en todo el orbe y llegar incluso a los lugares màs empobrecidos. Las películas de antaño, los muñequitos o animados comienzan a ser relegados por los videojuegos, y las búsquedas en INTERNET, donde hay juegos en línea, música, y todo tipo de información beneficiosa o dañina.
Así las cosas, si en tiempos donde el libro lideraba la posibilidad de conocimiento y entretenimiento la literatura para niños y niñas era subestimada, con el surgimiento del cine, la televisión y todas las nuevas tecnologías posteriores, hay derecho a suponer que esa literatura tendrá que enfrentar nuevos desafíos a partir del hecho cierto de que los lectores potenciales estarán seducidos por los elementos consustanciales a su época. Es absurdo intentar frenar el desarrollo en cualquier campo o desconocerlo, pero serìa sabio usarlo de la forma màs edificante para las nuevas generaciones para lo cual comienzan a aparecer regulaciones y leyes nacionales las cuales carecen de sentido si padres, maestros, bibliotecarias y escritores no forman parte del propósito.
La historia de la civilización humana ha estado signada por la violencia, el desentendimiento, contradicciones y conflictos, intolerancia, fenómenos ante los cuales el espíritu humanista intentó contraponer una cadena de valores con el propósito de hacer prevalecer los sentimientos que propiciaran otra manera de vivir màs satisfactoria, es decir que en todos los periodos los terrícolas tuvieron que enfrentar los imperativos de su tiempo que generaron, religiones, ideologías, filosofías que servían de refugios y asideros, pero lo peculiar del Siglo XX es la conjugación de la caída de todos los iconos, desde el temor a Dios a la quiebra del culto de la justicia social, con un delirante desarrollo tecnológico, que incluyó la velocidad para transportarse, el predominio de nuevas técnicas en la vida cotidiana desde el modo de cocinar los alimentos a la posibilidad de integrar una red que permite comunicar con cualquier parte del mundo, y la proliferación de armas que pueden destruir el planeta en unos segundos.
Las niñas y los niños de nuestros días saben de todas esas cosas, entre otras razones porque las fronteras establecidas sobre lo que era apropiado o no para ellos han ido desapareciendo. Conviven con los problemas de los adultos, quienes desde mi punto de vista, tienen menos recato para involucrarlos en sus conflictos, estrés, y se toman menos tiempos en protegerlos de las durezas de la vida pero no con el sentido didáctico que fuera deseable sino en medio del atropellamiento de sucesos y presiones de la vida cotidiana, donde, incluso un buena parte de los padres y las madres, ni siquiera tienen la madurez suficiente para cumplir sus roles de mediadores entre las agresiones externas y el cultivo de ciertos valores para resistirlas.
El màs somero análisis sobre la realidad en que nacen y crecen nuestros niños no ofrece resultados muy esperanzadores, pero ese panorama justo implica uno de los desafíos notables para la escritura dedicada a ellos y luego para hacerlas llegar mediante la lectura que no sòlo es una fuente de conocimiento sino, según se ha demostrado científicamente, un ejercicio valioso para el desarrollo de ciertas capacidades cerebrales.
Si como se dice popularmente la familia es algo que no se escoge, que està predestinado, las fragmentaciones que ese elemento pueda haber, deben tener una compensación en los sistemas educacionales y difusivos que deben implicar como exigencia social a los padres, y al mismo tiempo contribuir a que tenga herramientas pedagógicas para ayudar a sus hijos.
La tarea es compleja, mucho màs difícil que los famosos Doce trabajos de Hércules, pero no imposible, porque a pesar de todas las catástrofes anunciada prevalece la lucidez de comprender la importancia de educar a las mujeres y los hombres del mañana. Hoy contamos con instrumentos legales para la protección de los derechos de las niñas y los niños, con mayores posibilidades técnicas para el aprendizaje, pero, desde mi punto de vista el acento mayor està en instruir, en dotar a la razón de màs y màs herramientas, pero no se trabaja suficiente en la educación de los sentimientos.
José Martì, el cubano que entendió mejor la complejidad de la existencia, los diversos factores que han de conjugarse para lograr lo que acuñó como mejoramiento humano sentenció: El pueblo màs feliz es el que tenga mejor educado a sus hijos en la instrucción del pensamiento y la dirección de los sentimientos. Creo que aun en países como Cuba, donde los niños gozan de los mayores privilegios, incluso antes de nacer, no se ha tomado suficientemente en cuenta esa máxima martiana quizás porque ingenuamente se ha apelado a aquella expresión socrática de que el conocimiento es la virtud, sòlo si se sabe se puede divisar el bien, pero para divisar el bien no basta saber mucho de Matemáticas, de átomos, de computación, hay que trabajar sobre los sentimientos, otro asunto que no se toma con suficiente rigor porque parece perteneciente a la vida privada, a la màs remota intimidad, a lo màs individual como si en ese sistema del cual todos formamos parte todo lo íntimo, lo publico, lo interno, lo externo, lo individual y lo social, no estuvieran relacionados igual que lo estamos a las explosiones solares, los cambios de la luna y todo lo que ocurre en el universo.
Darle la importancia que merece la educación de los sentimientos contribuiría sin dudas a tener padres y madres mejores preparados para la crianza de sus hijos, porque desde el hogar comienzan los adultos a trasladar sus esquemas a los niños, a crearles concepciones de la vida según sus conductas, a alejarlos o acercarlos a la naturaleza, al disfrute de los valores espirituales o a condicionarlos para ser hacer depender su felicidad de la tenencia de cosas muchas veces superfluas con las cuales intentan sustituir el tiempo de cariño, amor, contacto que deberían dispensarles.
Justo la literatura para niños se inserta históricamente en ese interés de lo que Martì llamaba la dirección de los sentimientos. Y hablo de ese breve periodo en que se es niño o niña, no adolescentes y jóvenes que implican otras categorías vitales y literarias. Es muy interesante como los cuentos y leyendas tradicionales, las fábulas, siempre mostraron conflictos y a la vez valores para enfrentarlos tras la apariencia de su sencillez. Por eso me parece muy importante en cualquier latitud del planeta el vínculo entre los escritores y escritoras y sus lectores potenciales, la presencia de sus obras en los libros escolares, en las bibliotecas, como parte de la promoción justificada a esas labor valiosa de contribuir a la construcción de una manera de mirar la vida, los problemas de la existencia y revivir la antaña esperanza de que el camino de las soluciones pasa por el amor, la comprensión, la solidaridad.
Estoy segura que cuando José Martì proclamaba “ hay que conocer las fuerzas del mundo para ponerlas a trabajar” tenìa plena conciencia de todos los obstáculos existentes en su época, pero también sabía, según sus propias palabras que hay màs flores que serpientes por eso a pesar de las condiciones duras de cada época se ha hecho mayor la comprensión de la diversidad de elementos que han de conjugarse en la educación, se ha avanzado en el reconocimiento de la diversidad como factor cultural decisorio y por eso también a pesar de las nuevas tecnologías el libro no ha desaparecido.
Es el tiempo que le dedicas a tu rosa lo que la hace diferente, importante, única, sentenciaba El pequeño príncipe de St Exupéry. Es una lección que debemos aprender los terrícolas, porque esa es de las fuerzas que es imprescindible poner a trabajar para que los niños y niñas, y los libros tengan el sitio que merecen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De cierto es un bello artículo muy sustanciadamente escrito con infinidad de citas que le suman densidad y lo sustentan, sobre todo las del Héroe Nacional cubano José Martí, el hombre mejor informado de su época, un verdadero humanista al que hoy día muchos en Cuba han enterrado en el lodo de la demagogia y la falacidad para encubrir sus designios perversos. Si todos siquiéramos a cabalidad los principios enumerados por la amiga Soledad, no habría tantas desviaciones psicológicas y retorcimientos sexuales en el mundo, a más de otras perversiones evitables por la correcta educación de los niños y las niñas.
Raúl P.