martes, 19 de mayo de 2009

El laberinto de la utopía



(Fragmento)

Mientras las florecillas moradas del no me olvides desaparecían bajo las paletadas de tierra, Flores del Río Manso pensó que su padre, como tantos hombres, comprendió la necesidad del cambio exterior, pero no el suyo màs profundo a pesar de tan larga existencia. Había hecho un largo y fatigante viaje desde la capital hasta el cementerio de Florida para cumplir con su ùltimo deseo de podrirse, esa fue su expresión, en aquella tierra donde amó a la única mujer que no lo quiso y se dejó amar por otras que se escaparon en el suicidio del tormento de no ser apreciadas.
El cementerio de Florida se mantenía mejor que la ciudad, pero sin cambios, desde aquella vez, distante cuarenta años, cuando su madre había rendido lo que llamaban el ùltimo viaje, a causa pensaba Flores, de los sufrimientos ocasionados por el disfrute exagerado de aquel triunfo del que su padre era personaje principal en el pueblo. Una gran diferencia dejaba una huella triste en el tiempo transcurrido. Cuarenta años atrás vino acompañada por cientos de personas y ahora apenas pudieron venir algunas decenas en los coches de caballo que tuvo que alquilar para los viejos parientes que conservaban la costumbre de despedir a los que partían definitivamente.
Hasta la muerte fue perdiendo el antaño esplendor del misterio. Las breves horas en la funeraria de Calzada y K fueron màs tristes sin cirios que iluminaran el local, ni azucenas que perfumaran aquel tránsito difícil, ni amigos que no llamó porque no podía despertar un sábado a medianoche a personas para las cuales serìa un problema trasladarse hasta allí por la virtual falta de transporte. No avisò a las autoridades, ni en la capital, ni en Florida para ahorrase una ceremonia que la entristecería màs porque ocultaría seguramente los avatares de aquel héroe venido a menos que no contó en vida con posibilidades de rectificación, ni de verdadero apoyo. Eso fue lo que màs le dolió, cuando después de largos años de espera, el olvido fue cubriendo las esperanzas del recomienzo y se percató de que en aquel carrusel incansable que era la existencia en la isla el que se saliera alguna vez del vértigo quedaba para siempre excluido.

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